Capítulo diecinueve; último recurso

121 17 3
                                    

🖤

La oscuridad envolvía el lugar como una manta pesada, una neblina espesa que rodeaba a Naira mientras permanecía sentada en la silla, con las manos atadas a la espalda.

La sensación de estar observada le erizaba la piel. No importaba cuánto intentara calmarse, no podía ignorar esa presencia que se cernía sobre ella. Era como si los ojos de sus captores estuvieran clavados en cada uno de sus movimientos, evaluando cada respiración, cada tenso músculo.

No iba a dejar que lo lograran. No iba a ser su víctima.

Sintió cómo el miedo intentaba filtrarse en sus pensamientos, pero rápidamente lo aplastó.

Ya había sentido ese miedo antes, cuando a los doce años su madre se encontró luchando por su vida en la camilla de un hospital, cuando su vida había sido tomada de golpe. Ahora su padre, en la misma condición, cansado de luchar. Pero ahora, no. No iba a permitir que esa sombra la envolviera otra vez.

Unos pasos cercanos la sacaron de sus pensamientos. El hombre estaba aquí.

Naira sabía lo que intentaba hacer: provocarla, quebrarla. Era la primera vez que enfrentaba una situación como esa, aunque la oscuridad y el aislamiento no eran nuevos. Intentó no mostrar su miedo, sino utilizarlo, aprovechar la rabia que lo sustituía.

Mantuvo la cabeza erguida, los ojos fijos en la figura que comenzaba a acercarse lentamente. Podía hacerlo.

—¿Te crees valiente? —El hombre susurró, su voz áspera como el cuero viejo, llenando la habitación.

Naira lo observó con una leve sonrisa que no tocaba sus ojos. No iba a ceder.

—¿Crees que me vas a asustar? —respondió, su tono desafiante.

El hombre se detuvo un momento, evaluando su respuesta. Sin decir nada, dio un paso adelante, alzando la mano. Ella reaccionó al instante, moviéndose rápidamente, haciendo un giro brusco con la silla, el sonido de los amarres cortándose de golpe. Pero en ese momento, el hombre le dio un empujón que la hizo tambalear. No era suficiente.

El dolor de la caída recorrió su cuerpo, pero no podía darse el lujo de sucumbir. Estaba más cerca de la desesperación, pero también más cerca de la liberación.

La silla cayó de lado, golpeando el suelo con fuerza. Naira aprovechó.

Con las manos libres, apenas respirando entrecortada por el esfuerzo, se levantó, aprovechando su agilidad para esquivar la siguiente embestida del hombre. Ya no podía seguir jugando, tenía que salir de allí.

El hombre intentó tomarla por el brazo, pero Naira se adelantó, deslizándose hacia un rincón de la sala en busca de algo que pudiera usar. Algo, cualquier cosa.

Allí, en una mesa cercana, un objeto metálico brilló a la tenue luz que se filtraba desde una rendija de la puerta. Un cuchillo. Era lo único que tenía a su alcance.

Rápidamente lo tomó, aferrándose a él con fuerza. El sonido de sus pasos acelerados resonaba por la habitación, y el hombre, viendo que su presa se movía con rapidez, intentó agarrarla de nuevo. Pero Naira no iba a dejar que la tocara.

Con un movimiento rápido y certero, le cortó el brazo. La sorpresa en sus ojos fue suficiente para que Naira, con el pulso firme, le quitara el arma que llevaba consigo. Ahora tenía control.

El hombre gritó, pero la tensión de la situación la hizo aún más peligrosa. Naira apuntó el cañón hacia su cabeza, respirando fuerte pero controlada. Ya no había vuelta atrás.

Pero justo cuando pensaba que podía tomar el control total, la puerta se abrió de golpe, y entraron Juan y varios hombres más. Se había precipitado.

ALL NIGHT - Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora