Capítulo treinta y tres; líder

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La luna apenas asomaba en el cielo cuando Spreen entró en el almacén abandonado, acompañado por Rodri y Germán. La atmósfera olía a metal oxidado y gasolina, el aire cargado de tensión. En el centro de la habitación, atado a una silla con las manos a la espalda, estaba el hombre al que llevaban semanas siguiendo.

El sonido de los pasos de Spreen resonaba en el almacén abandonado. Era un eco frío, como un reloj de arena que se vaciaba lentamente. En el centro de la habitación, atado a una silla de metal oxidado, estaba el soplón.

Su nombre era Agustín, un tipo de complexión delgada, con la cara sucia de sudor y sangre seca. Su respiración era errática, la mirada baja. Sabía que su destino estaba sellado.

La bombilla parpadeante sobre él lanzaba sombras irregulares sobre su rostro ensangrentado. Su labio estaba partido, y una gota de sangre caía de su ceja a su mejilla. Respiraba rápido, como si intentara encontrar una salida donde no la había.

Spreen se quitó la chaqueta con calma, colgándola en un gancho cercano. Luego, arremangó su camisa negra hasta los codos y tomó un par de guantes de cuero negro que estaban sobre la mesa de herramientas.

Se acercó lentamente, con una calma inquietante. Rodri cerró la puerta tras él, asegurándose de que nadie entrara o saliera sin permiso.

—Me decepcionas, Agustín —murmuró Spreen, cruzándose de brazos—. Años trabajando con nosotros y resulta que estabas vendiendo información.

Agustín alzó la mirada, con un hilo de valentía aún en su expresión.

—No sabes lo que dices, jefe…

—¿Ah, no? —Spreen sonrió, ladeando la cabeza—. Lo que sé es que alguien pasó detalles de nuestros últimos movimientos a los que quieren vernos muertos. Y que ese alguien fue tú.

—¡No es cierto! —el hombre forcejeó, pero la cuerda en sus muñecas solo se hundió más en su piel.

Germán chasqueó la lengua y tomó un cuchillo de la mesa, girándolo entre sus dedos.

—Dijiste lo mismo cuando te encontramos reuniéndote con los enemigos, ¿recuerdas? Nos diste todo un discurso sobre coincidencias y casualidades.

Spreen tomó una silla y se sentó frente a Agustín, inclinándose hacia él con los codos en las rodillas.

—Te daré una última oportunidad. Dime quién te pagó, qué les dijiste y cómo piensas compensarnos por tu traición.

Agustín tragó saliva, pero no dijo nada.

Spreen sonrió de nuevo, pero esta vez con frialdad.

—Está bien. —Hizo un gesto a Rodri—. Asegúrate de que hable.

Rodri asintió y tomó una barra de hierro fría. Cuando el primer golpe cayó sobre la pierna de Agustín, un grito de dolor rasgó la quietud del almacén.

—Agus, Agus… —susurró mientras se acercaba—. Me rompiste el corazón, amigo.

Él no respondió. Su mandíbula estaba tensa, pero sus ojos traicionaban el miedo que intentaba ocultar.

Rodri estaba apoyado contra la pared, jugueteando con un encendedor, mientras Germán revisaba la mesa llena de herramientas: cuchillos afilados, un soplete pequeño, alicates y una barra de hierro.

—Te daré una oportunidad, solo una —continuó Spreen, inclinándose para quedar cara a cara con Agustín—. Dime quién te pagó y cuánto valía tu lealtad.

ALL NIGHT - Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora