La Alumna - la casa del profesor II

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El beso pudo haber durado unos tres segundos, o una eternidad, Julia no lo sabe y tampoco le importa, solo es conciente de los ruidos húmedos de sus lenguas rozándose, de la respiración pesada que no sabe si la escucha o solo la siente por lo apretada que está a su cuerpo, y los dedos que la recorren dejando un rastro de lava por su piel.
Julia había salido con chicos, se había besado, incluso había llegado a ir a algún rincón oscuro con alguno en algún momento, alguna vez había dejado que le toquen los pechos, y otra, hasta que pasen la mano bajo de su falda. Y nunca se habría animado a contarle a sus amigas, pero alguna vez se había animado a pasar sus dedos por el bulto que se formaba en el pantalón del chico con el que estaba... Nada de eso podía servir de patrón para comparar lo que estaba sintiendo en este momento.
Con la mente en blanco, pero los sentidos a flor de piel, su tacto era tan fino que podía adivinar la piel bajo de la camiseta de su profesor, los músculos tensandose aunque no fueran los de alguien que va al gimnasio, eran músculos de alguien extremadamente activo, naturales, el roce de su barba en sus mejillas, en el cuello, los labios que no eran suaves, pero que podían pasar en un suave roce, o con la fuerza de un animal hambriento, y sus dedos... Sus dedos que no habían tenido ningún pudor en levantar su falda y recorrer la suave piel de la parte interna de sus piernas.
En sus previos acercamientos con algunos chicos siempre estaba pendiente de su inexperiencia y de si lo estaba haciendo bien, en este momento solo dejaba que su cuerpo la guíe, y lo poco que funcionaba de su cerebro solo se encargaba de registrar esas sensaciones que se salían de la escala, sus inseguridades estaban encarceladas en algún rincón oscuro en lo profundo de su mente, y cada una vocecita de la más sucia lujuria le gritaba que cuánto más iba a esperar a quitarse esa maldita braga mojada.
Julia estaba sentada a horcajadas en la cadera del profesor, dando la espalda a la amplia biblioteca, y no tenía idea de cómo había llegado ahí. Pero a ser sinceros, si alguien le preguntaba que hacía en la casa de su profesor, tampoco habría sabido que contestar. Su formación como una chica ordenada y prolija, lo que se espera de una joven de buena familia y que asiste al mejor colegio de señoritas de la ciudad, contrastaba con el desastre que era su ropa en ese momento, con los jadeos que se le escapaban, y como entre beso y beso echaba la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda, y empujando con la cadera estremeciéndose ante la dureza bajo la tela del jean de su profesor.
"Mi profesor está corriendo mi braga" logra articular la voz de su cerebro, "mi profesor... El profesor Erick Bresson" y su cadera busca aumentar el contacto de esos dedos, firmes y duros, gruesos, tan diferentes a los suyos, suaves y pequeños, rozando sus hinchados y húmedos labios. Siente como separa apenas sus labios y la recorre desde atrás hasta su clítoris.
Julia solo pudo resistir un suave roce, y se sus labios se presionan a los del profesor para no gritar, como una jovencita hambrienta que encuentra su comida favorita y pierde el control de su cadera cuando se corre.
Por un minuto queda ahí, tendida sobre el profesor, sin poder reaccionar en ningún sentido. Su respiración agitada logra hacerse lenta y relajada, el fuerte orgasmo había sido como una descarga electrica en su cerebro y apenas abre los ojos, vuelven sus inseguridades. Sonrojada, con sus labios a centímetros de los de su profesor, con los ojos clavados en los suyos -lo siento -dice algo apenada y dispuesta a levantarse inmediatamente, pero el brazo firme que la sostiene por la cintura la mantiene en su sitio.
-no tienes por qué disculparte -una leve sonrisa cruza la cara de su profesor, y para finalizar la respuesta acerca su dedo a sus labios y lo lame.
-la próxima vez que se escape de clases para hacerlo, voy a lamerle los dedos, señorita Julia -dice adoptando el tono que usa en las clases, pero con una sonrisa. -quedate dónde estás... Creo que deberíamos hablar un poco-
Julia, aún algo confusa, no llegaba a entender que a partir de ese momento, iban a comenzar las verdaderas lecciones.

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