En una noche oscura, una nave espacial se estrella en el corazón del Clan Zenin, trayendo consigo a un niño misterioso con una fuerza y una historia desconocidas. Este niño, Goku, crece en un mundo donde el poder es ley, y donde su naturaleza lo co...
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Hace mucho tiempo en un lugar apartado del mundo de los hechiceros, donde la luz del sol apenas se filtraba entre las hojas de los árboles altos y frondosos, Nao y Suguru Geto estaban sentados en silencio. El viento soplaba suavemente, arrastrando consigo el aroma de la tierra húmeda y la melancolía de los recuerdos.
Nao observó a Suguru con una mirada inquisitiva. No lo veía desde hacía tiempo, pero su presencia era distinta. Algo en él había cambiado de forma irreversible.
—¿Por qué estás aquí, Suguru? —preguntó con voz neutra, aunque en su interior ya intuía la respuesta.
Geto no respondió de inmediato. Sus ojos se perdieron en la distancia, como si estuviera atrapado en un mar de pensamientos turbulentos. Finalmente, suspiró y habló con un tono grave.
—Quería verte. Necesitaba hablar con alguien que pudiera escucharme... aunque sé que probablemente no entenderás mi punto de vista.
Nao cruzó los brazos y se apoyó contra el tronco de un árbol. —¿Escuchar qué exactamente?
Geto sonrió, pero no había alegría en su expresión. —De lo que he aprendido. De lo que el mundo realmente es.
—¿El mundo? —Nao arqueó una ceja. —Hablas como si hubieras descubierto una verdad oculta.
Geto inclinó la cabeza ligeramente, su semblante oscurecido por la sombra de las ramas sobre él.
—La verdad está ahí, pero pocos quieren verla.
Nao permaneció en silencio, permitiéndole continuar.
—¿Sabes a qué sabe una maldición, Nao? —dijo Geto con un tono casi filosófico. —Yo sí. He consumido tantas que ya no las distingo de los humanos que las crean.
Nao lo observó con seriedad. —Entonces has seguido ese camino...
Geto asintió lentamente. —No podía seguir como antes. Lo que nos hicieron a Riko, a nosotros... No puedo olvidar la risa de esos monos, celebrando su muerte como si fuera un espectáculo.
Nao apretó los labios. Recordaba bien ese momento. Recordaba el dolor en los ojos de Satoru cuando volvió. Recordaba cómo Geto había cambiado desde entonces.
—No todos los no hechiceros son así. —Nao intentó razonar con él. —No puedes juzgarlos a todos por las acciones de algunos.
Geto soltó una risa amarga. —Eso es lo que tú crees. Pero dime, Nao... ¿qué sentido tiene proteger a aquellos que solo generan más maldiciones? Nosotros luchamos y arriesgamos nuestras vidas, pero ellos siguen igual, generando más monstruos, más tragedias. Es un ciclo sin fin.