XI

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XI

Andy se acurrucó más contra la pared de ladrillos. La hora del almuerzo siempre era lo peor: estar expuesto a una masa de adolescentes retrógrados por media hora. Se sentía como si estuviera en una exhibición de carne, a la espera del mejor postor.

Sin embargo, Andy poseía la suerte de tener la esquina de las escaleras sólo para él. Era su lugar, en donde nadie se le acercaba o siquiera lo miraban de reojo. Y así era el 90% de su tiempo en la secundaria: lo ignoraban, inclusive los profesores. No era que le molestara, además. Sin embargo, el 10% lo ocupaban los imbéciles cabeza huecas quienes se dedicaban fervientemente a hacer su vida un infierno, sobretodo el Club de los Doce, conformado exclusivamente de los estúpidos y huecos niños ricos.

Los odiaba. Los odiaba a todos: desde los maestros, inmersos en su propio mundo, hasta los estudiantes, quienes se creían los reyes del universo.

Cerró su libreta con un sonido seco y la guardó en su mochila, para luego echarsela al hombro y dirigirse dentro de las instalaciones.

Los pasillos eran mortalmente silenciosos. Quitó por enésima vez el flequillo de sus ojos para empezar a caminar, sus zapatillas rechinando contra los inmaculados pisos.

Unas voces chillonas lo hicieron detenerse al final del pasillo y presionar su espalda contra la pared. No alcanzó a escuchar bien lo que decían, antes de que las voces se desvanecieran poco a poco. Suspiró con pesadez antes de erguirse nuevamente y doblar la esquina.

Se quedó estático al observar una figura sentada en el pasillo. Esta vez no podría huir.

Se acercó lentamente hasta la figura, observando cuidadosamente: era una chica, posiblemente de un grado inferior a él. Su cabello se dividía en dos colores: del lado izquierdo negro y del lado derecho una mezcla entre turquesa y lila. Vestía con un vestido rosa pastel con volantes y zapatillas blancas, dándole un aspecto infantil.

Le recordaba a las muñecas de porcelana que su hermana pequeña tanto adoraba.

La chica se percató de su presencia y alzó la vista, mostrando unos grandes ojos color ámbar llenas de lágrimas silenciosas que recorrían sus mejillas y su rostro lleno de moretones mal disimulados.

—¿Te quedarás allí a observarme o me ayudarás a levantarme?

Andy dudó por unos segundos antes de extender su mano y ayudarla a levantarse. Su voz no era lo que se esperaba: era suave y tersa, no era chillona ni desesperante. Era... Agradable. Andy se fijaba mucho en los timbres de voz.

La chica asintió en señal de agradecimiento antes de tomar su bolso de arcoiris y alejarse del lugar, sin dirigirle una palabra más.

No debió seguirla. No debió interesarse más de la cuenta. Pero la chispa de curiosidad lo dejó en intriga y fue el incentivo para seguirla.

La siguió en silencio, apartada de ella. Las calles de Belleville eran polvorientas, grises y desérticas, como si las largas jornadas de limpieza no sirvieran de nada.

Al final, la chica misteriosa se volvió para encararlo.

—¡¿Qué quieres?! ¡¿También has venido a burlarte, es eso?!— chilló histérica , las lágrimas cayendo con vigor por sus mejillas.

Andy se alejó un poco, rodando los ojos internamente. Por esta misma razón era que no le gustaba involucrarse con nadie: siempre atacaban a los demás para ocultar su dolor.

—Creo que no estoy en posición de burlarme de nadie— replicó Andy, señalando el moretón en su ojo izquierdo y su ropa completamente oscura.

La chica se detuvo y frunció el ceño, echándole un vistazo.

—Supongo que no— musitó, bajando su mirada—. Siento ser una idiota contigo. No tienes la culpa de nada.

Eso pilló por sorpresa a Andy.

—D-Descuida— respondio, sacudiendo la cabeza.

Los dos quedaron en silencio, introducidos en sus propios pensamientos.

—Yo... — la voz de la chica hizo que levantara la vista—No quiero volver allá. Me preguntaba si... ¿Quisieras ir a algún lugar? S-Solo si quieres. Entendería si no quisieras... ¿Sabes qué? Olvídalo. Fue estúpido...

Y con eso, se dio la vuelta y empezó a alejarse. Andy quedó confundido e intrigado por la actitud de la chica. No te involucres, pensó, no te involucres. Porque cada vez que te involucras, significa sentir algo por alguien. Y Andy no quería sentir nada por nadie.

No te involucres.

No te involucres.

Andy corrió tras ella. La chica abrió sus ojos con sorpresa antes de sonreirle, mostrando el pequeño espacio que habia entre sus dos dientes frontales.

—¿No me preguntarás siquiera cómo me llamo? — preguntó Andy, caminando a su lado y percibiendo el sutil perfume de bebé que llevaba la chica.

—¿Y tú lo harás?

Andy sintió como sus mejillas tomaban color y la chica soltó un suave carcajada.

—Es Nahia— respondió con calma, dándole una tímida sonrisa—, y tú deberías prestar más atención cuando pasan la lista de asistencia, Andy.

- - -

Y Andy no sólo se involucró con Nahia. La chica que vestía como muñeca se ganó un pequeño lugar en el frío corazón de Andy. Era su amiga, su compañera de pensamientos, su primer amor.

Su único amor.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, los abusos contra la chica incrementaban de forma desmesurada: de pequeñas e inocentes bromas a golpes, luego costillas rotas y lanzarla contra las escaleras. Era Nahia quien lo controlaba en sus ataques de ira, cuando sentía que el monstruo que habitaba en su interior lo tomaría por completo, lo mantenía cuerdo. Y Andy era quien la llevaba al hospital, era Andy quien curaba sus heridas, quien la escuchaba llorar en silencio y la consolaba. Se protegían mutuamente.

Fue él quien le dio su primer beso (y viceversa). Fue él quien fue presente de reuniones familiares y su fiesta de cumpleaños. Fue él quien le presentó a su hermana, y Nahia jugó con ella y ayudó a trenzar de su pelo, la única aue vio a Amitt como un niña y no como un caso clínico. Fue Andy quien tomó su inocencia, su virginidad, y fue él la causa de los "Te amos" que compartieron en silencio, en su pequeño mundo.

- - -

Ocurrió un miércoles. Los condujeron al auditorio a primera hora de la mañana, y él la buscaba entre la multitud, sin éxito. Cuando lo anuniaron, Andy sintió como su mundo se paralizaba y su pecho se estrujaba y se rompía en miles de pedacitos.

Nahia Asturi había muerto de una sobredosis de heroína pura.

Personas lloraron y Andy quiso gritarles. Quiso gritar hasta que sus cuerdas vocales se rompieran, golpear hasta que sus nudillos quedaran en carne viva. Hacer lo que sea para contener al monstruo que rugía en busca de venganza. Por último, observó al Club de los Doce, quienes la mitad de ellos ocultaban risitas y sonrisas de orgullo.

Y fue así como el monstruo tomó el control.

Y fue así como todo comenzó.

n/a: Yo? Obsesionada con Melanie Martínez? Pffffff *la inserta en su fic* Bueno, un poco XD Votos y comentarios, por favor!


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