XIII

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XIII

Moira se contempló embobada en el espejo. Es gracioso lo mucho que había cambiado desde la última vez que se había visto en el espejo, muchos tiempo atrás: sus pómulos resaltaban, habían ojeras y bolsas bajos sus ojos, su pelo ahora era un poco más largo y sus labios estaban cuarteados. Buscaba desesperadamente algo de la pequeña Moira que conocía, la que encerraban en su habitación con tan sólo un violonchelo como compañia y largas horas de práctica, quien poseía aquel brillo inocente de sólo una pequeña niña poseía. Sin embargo, todo se había ido, dejando a una nueva Moira. Más destrozada. Más débil.

Y Moira no quería que nadie la viera así.

Andy le había dicho que hoy ella saldría con él, sin excepción. Le había dejado un vestido de encaje, el vestido más corto y trasparente que había visto jamás; y un corsé negro (la única prenda que en realidad le gustaba de toda la vestimenta en total). Además de eso, unos botines de aguja, que la hacían sentir como si se pudiera caer en cualquier momento.

No quería salir, no quería enfrentarse de nuevo al mundo. Pero a su vez, las ganas de sentir el aire fresco en su piel, ver de nuevo las luces parpadeantes de los edificios y las estrellas eran demasiado poderosas.

Tomó del estuche de maquillaje que Andy le había dejado y buscó las sombras. Arremolinó el polvo con la paleta y la colocó sobre su párpado izquierdo, haciendo una gruesa linea negro. Aplicó más sombra por toda la zona y repitió el procedimiento con el otro ojo. Cuando terminó su trabajo, quedó satisfecha.

Moira se había ocultado entre las sombras.

Y Ángel se alzó de lo más recóndito de su interior.

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Con cuidado, bajó las escaleras. El corsé le hacía daño en los costados y las botas eran demasiado altas. Sin embargo, eso no la detuvo de caminar con porte firme, forzando sus pies para que no se tropezaran con cada paso, y la plataforma clavándose en las plantas de sus pies como cientos de pequeñas dagas.

El chico se encontraba al pie de las escaleras, tendiéndole una de sus frías manos. Vestía su usual smoking completamente negro, su cabello pulcramente peinado. A veces, Moira se preguntaba cómo lograba siempre estar impecable, tan perfecto.

Moira se preguntaba cómo controlaba a aquel monstruo que lo consumía por dentro.

Tomó de su mano y entrelazó sus dedos, el tacto frío haciendo enchinar su piel y que un leve vértigo recorriera su espalda. Se diriguieron a la puerta principal y al abrirla, Moira se maravilló de ver el cielo de nuevo, las estrellas dándole la bienvenida. Casi creía llorar al sentir la fría brisa contra sus mejillas y el leve murmullo de los árboles. Sin embargo, logró esconder todo los sentimientos en un asentimiento y dejándose guiar al ZR1 aparcado frente a ellos

— Recuerda, pequeña Ángel— Shadow rompió el silencio, tomando de la pequeña figura de Moira y sentándola en su regazo, obligándola a mirarla a observarlo directamente a los ojos-. Un movimiento en falso, y estás acabada.

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Las luces de neón brillaban a su aldedor, la música electrónica haciendo vibrar su cuerpo y sus huesos, y Moira los observaba como si estuviera inmersa en un mundo fantástico. El morbo, la sutileza de lo prohibido, los excesos, era un nuevo universo kaldeidoscópico e inefable para Moira.

El Imperio, como lo llamaba Shadow, era un pequeño club nocturno oculto en lo más recóndito de las calles. O al menos eso fue lo que le habían dicho. Shadow se había encargado de drogarla con una bebida horas antes, y despertando en aquel exótico lugar, con una pulsera de dispositivo de rastreo en su muñeca.

The ShadowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora