IV

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IV 

Volvía a estar en su habitación. La luz de la ventana se filtraba por las muy pequeñas habitaciones de la casa de muñecas. Los gritos retumbaban de las paredes, mientras que la pequeña Moira de tan sólo 4 años apretaba más sus piernas contra su torso, oculta debajo de su cama, buscando un sitio seguro. Otra discusión más. Su nombre y el de su hermana rebotaban a cada momento, mientras que los gritos incrementaban. Y la pequeña se incrustaba las uñas en la piel descubierta de sus piernas, sintiendo el frío tacto de la sangre que se filtraba por sus dedos. Y trató con todas sus fuerzas recordar cuando Violet venía a su habitación y la mecía entre sus brazos, arrullándola y diciéndole que todo estaría bien.

Pero nada estaba bien.

Su hermana no estaba ahí.

Estaba sola

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Otro recuerdo. Tenía nueve años. La pequeña Moira trataba de mitigar los chillidos de dolor de su madre y los gritos demandantes de su padre con el melancólico sonido del violonchelo. Las lágrimas manchaban sus mejillas, mientras que tiró el arco lejos y dejaba el instrumento a un lado para colocarse las manos en sus oídos, tratando de mitigar el sonido y tarareando la melodía . Sólo quería que todo parara...

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Y ahí estaba. El recuerdo que la torturaba casi todas las noches.

Sólo contaba con 14 años. Había ocurrido algo esa noche. Algo que le había indicado que las cosas no iban bien. Los gritos habían aumentado y se escucharon pasos. Empezaron a forzar la  puerta y Moira se estremeció cuando vió a su padre al otro lado de la puerta: su mirada era completamente... enloquecida. Parecía otra persona. Una versión que nunca había visto de su padre.

Tiró lejos y gritó acurrucándose en un rincón de su habitación. Cuando estuvieron cara a cara, Moira pudo oler el fuerte aroma de el licor en el aliento,  sus ojos azules inyectados de sangrr y la tenebrosa sonrisa que se formulaba en sus labios

"—Aquí estas, pequeña hadita"

No podía salir de su mente aquellas escenas, cómo aquel hombre que tiempo atrás jugaba con ella y la cargaba en sus hombros le quitaba de tirones su ropa, su fuerte agare que le formaban moretones en su brazos y los chupetones sangrantes en su cuello y en su pecho. Y sobretodo, la mirada endemoniada cuando penetraba más en su interior y se rejocijaba con su dolor.

El frío y el calor hacían que su cuerpo se retorciera, mientras contemplaba en tercera persona toda sus pesadillas, sus recuerdos.  Gritó con todas sus fuerzas mientras que sostenía su cabeza entre sus manos, tratando de detener las constantes punzadas que sentía. 

Y en un instante, todo cesó,  sintió cómo caía en un abismo,  mientras todo oscurecía y melodías inconclusas sonaban sutilmente en su cabeza.

The ShadowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora