XIX

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XIX

La aguja tiembla entre sus dedos poco tiempo antes de que introducir el frío metal entre sus venas. Andy golpea su cabeza contra la pared, a la espera que la droga haga efecto. Sus cortas y sucias uñas se clavan en sus costados desnudos, rasguñando la rasposa piel, mientras que cuenta las veces que su cabeza choca contra la madera. Una... Dos... Diez... Cien. Se detiene sólo para escuchar el eco del sonido contra las paredes antes de repetir el proceso con más ímpetu, las manecillas del reloj calando hasta sus huesos.

El silencio es tan frío como un cuchillo en sus entrañas. La calidez se ha ido de su lado. Lo único bueno que alguna vez ha tenido, lo que había cuidado de todo y de todos se había ido.

Se había ido.

¿Por qué todos siempre se van?

¿Por qué todos siempre lo dejan sólo?

El efecto se siente como parte de un sueño. Lento, pero tan rápido todo a la vez. Pero no es como lo imagina en absoluto. No siente paz, no siente que flota. Siente... angustia. Dolor. Desesperación. Horror.

Y entonces, grita.

Grita como si le desgarraran sus entrañas. Grita como si su vida dependiera de ello, hasta que sus cuerdas vocales se quiebren como el cristal. Porque ya no le importa. No importa en absoluto.

Ya lo ha perdido todo.

Entre los espesores de la droga, el chillido de puro dolor de Moira y el silbido del látigo se infiltra entre sus oídos. Sonríe. Su grito es tan pasionado, como una hermosa melodía. Su voz se une a la de ella, en perfecta sincronía. A pesar de su soledad, de la desesperación y las sombras, aún poseía a su pequeño.

El dolor era lo que unía al pequeño ángel del gran monstruo.

- - -

El sonido del helicóptero hace que su mente se consuma. Xavier golpea la suela de su zapato contra el piso metálico, sus dedos jugeteando contra su chaleco antibala. Por más que sus compañeros quisieran entablar una conversación, él simplemente los rechazaba. No podía hablar. No podía formular una frase coherente sin gruñir o tartamudear.

Estaba tan cerca.

Su auricular cobra vida, recibiendo órdenes específicas de sus altos superiores. La voz es casi audible, pero da secas cabezadas con cada órden. Cuando termina la comunicación, no puede evitar a la ventanilla, deslumbrándose con las luces de la impetuosa ciudad de Las Vegas. A su alrededor, los demás policías ajustan sus armas y contienen el aliento, a la expectativa. Cruge sus nudillos entre sí, formulando una sonrisa lobuna.

Esa noche, todo terminaría. Esa noche, rescatarían a Moira Novachek.

Esa noche, por fín tendría a Shadow entre sus garras.

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The ShadowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora