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Me senté en la última silla que acababa de secar con un paño, a esperar a que Devian acabase su parte del trabajo, sólo tenía que meter en una gran bolsa de plástico todos los objetos que habían quedado inservibles después de la inundación. Quienquiera que fuese de las tres chicas, ya nos podían dar una buena explicación y también una buena disculpa. Aunque siendo sinceros, los únicos realmente perjudicados habían sido los libros que cubrían las estanterías hasta la cima, ya que la tinta se había disuelto de tal manera que sólo se lograban leer palabras sueltas en las páginas que había conseguido separar. Además, algún que otro dispositivo electrónico había resultado dañado: varios auriculares, un altavoz y un móvil cuyo propietario desconocíamos.

—Bien, creo que al fin nos podemos marchar.

Tras depositar la bolsa en el contenedor más cercano, emprendimos el camino de vuelta a casa a pie, ya que Alban, si es que ese su verdadero nombre, se había negado a dejarle más veces su preciado Chrysler tras casi llevarse por delante a una inocente anciana que trataba de cruzar el paso de peatones con su muleta lo más rápido que sus dañados músculos le permitían. Era un desastre al volante, pero nadie se atrevía a decírselo a la cara.

Una punzada de nervios atravesó mi estómago. Había varios asuntos que arreglar.

El más reciente, quién de mis tres amigas había perdido la compostura de tal manera como para llenar una clase entera de hielo y nieve. No entendía como la podía haber dejado así, ¡parecía mentira que no supiese lo peligroso que podía llegar a ser que alguien viese aquello! Habíamos tenido mucha suerte de que lo hubiese visto el buen Craig y no otra persona, si no puede que tuviésemos problemas mayores. ¿Y si lo hubiese descubierto un ángel de fuego? Aunque no fuese capaz de sentirlos de la misma manera que nos conseguían sentir ellos si nos despistábamos, sabía que estábamos rodeados de ellos, puede que en el instituto, en la calle, en las casas de al lado, en el metro, no sabía exactamente donde estaban, pero ahí estaban, cerca de nosotros, intentando localizarnos, algunos ya nos habrían visto, como aquel escupe fuego que nos había tendido una emboscada en la biblioteca para acobardarnos y confundirnos, pero estaba convencida de que no atacarían hasta el momento idóneo, dentro de algún tiempo, pero no lo suficiente para que estuviésemos preparados. Sólo faltaban dos cosas importantes para la guerra que se avenía: los Siete de Plata y los Siete de Oro. Siete ángeles de hielo y siete ángeles de fuego, cuyo destino estaba encaminado a dirigir una guerra que estallaría sin poder evitarlo. El problema estaba en que nosotros éramos los Siete de Plata y sólo éramos cinco. El otro problema era que no había un ejército que dirigir, ya que todos estaban muertos, por lo que era una misión suicida: los supuesto siete ángeles de hielo que nos acabaríamos reuniendo contra miles de ángeles dispuestos a luchar por ser los primeros en ver nuestra sangre. Las visiones de los últimos días habían sido revelaciones terribles; todavía no me veía con las fuerzas necesarias para contarles todo lo que había descubierto a los chicos.

El segundo gran asunto que tratar era la reciente descubierta paternidad de nuestro querido Protector Alban. Cada vez que pensaba en él y que me estaba acercando a él sentía que las piernas me temblaban y la cabeza me dolía. Tanto tiempo deseando recuperar a mi familia cuando parte de ella jamás se había apartado de mi lado... Era comprensible que me sintiese traicionada y dolida, tanto por Alban como por Devian. Pero supuse que sería capaz de perdonar una vez más, ya que al igual que yo había perdido mucho, ellos también lo había hecho. Era duro, y no lo entendía bien, pero sabía que lo había hecho para protegerme.

—Oye, ¿a qué te referías con lo de nuestra canción? —pregunté tratando de alejar aquellos pensamientos que se entremezclaban de mi cabeza—. Ya sabes, lo que me has dicho en el despacho.

Se pasó un rato meditando con una sonrisa en los labios antes de responderme.

—Ha sido muy estúpido por mi parte no haberme dado cuenta de que eras tú cuando te oí tararearla, pero muy muy estúpido. Supongo que estaba nervioso por si me pillaban y tuve un cruce de cables, pero aun así, no tengo perdón —se disculpó ante de contar la historia—. No hay mucho que contar, a veces componía canciones que apenas duraban dos minutos en el piano y una vez te empeñaste en escribir la letra, de hecho, no te marchaste de mi habitación hasta que te di la dichosa partitura. A pesar de que no tenías ni idea de música. Ni de leer partituras.

Solté una carcajada.

—Espera, un momento. Me estás diciendo que sólo dos personas en el mundo conocían esa canción y una de ellas eras tú, ¿y no fuiste lo suficientemente inteligente para percatarte de que era yo?

Se encogió de hombros queriendo disculparse.

—Lo que no comprendo es como conseguiste recordarla después del bonito lavado de memoria que te habían hecho —apuntó chasqueando la lengua.

—No me olvidé de todo, creo que me quedé con los recuerdos más insignificantes, una canción, un olor, una sensación, un sentimiento..., que sirvieron para abrir otros recuerdos. Es extraño, pero pienso que mi mente ha funcionado así.

—¿Como llaves que abren puertas que encierran recuerdos? —preguntó juntando sus cejas.

—Sí, algo así. Parece que los ángeles de fuego no son tan listos como se creen.

—O quizás sí —contempló.

—¿A qué te refieres?

—Quizás alguien te quisiese ayudar, quizás supiese que serías capaz de descubrir lo de las llaves que abren puertas —sugirió haciendo aspavientos con las manos.

—¿Con qué propósito? Se supone que nos quieren matar, no ayudar.

—¿Y qué hay de Aya y Darian?

Aya y Darian eran los ángeles de fuego que se habían hecho pasar por mis padres, aquellos a los que tanto había odiado y ahora tanto aprecio les guardaba en secreto. Eran esos ángeles que no defendían las causas que sus alas les obligaban y estaba muy agradecida de haberlos conocido. Sin ellos jamás habría podido reunirme de nuevo con mi verdadera familia.

Con la duda que había sembrado en mi mente, llegamos a casa. Era hora de hablar con Alban de una vez.

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Hola, chicos. Pues bueno, aquí está otra parte de Ángeles de hielo, prometo que a partir de ahora se va a poner interesante y si todo va bien, trataré de actualizar todos los lunes a partir de ahora. 

Ya sabéis, siempre agradezco los comentarios para saber que opináis, o que pensáis que va a suceder... Lo creáis o no, me ayudáis a crear la historia.

Por último, os quería recordar que he subido una nueva historia y os agradecería que le echaseis un vistazo, y si os gusta, que la leyeseis.

Un abrazo muy fuerte

Caos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora