5.2 Mírame y miénteme.

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Entré en los aseos, con una servilleta de la cafetería tapando mi nariz para evitar mancharme de sangre. Un baño estaba ocupado y frente a un espejo estaba una chica observándose, Sarah. Me miró con curiosidad pero no dijo nada. Empecé a limpiarme la sangre cuidadosamente, mirándome al espejo.

Últimamente (más bien desde que me había mudado) me sangraba la nariz cada pocos días. Era un incordio.

La sangre no paraba de brotar. Estaba comenzando a pensar que me moriría desangrada en un baño público. Qué muerte más trágica.

Como era de esperar, el poco papel higiénico que quedaba se acabó.

Ahora sí que me moriría desangrada.

—Ten —dijo Sarah tendiéndome un paquete de clínex.

Se lo agradecí.

Aunque no me lo pudiese creer, la sangre paró. Suspiré aliviada. Luego, le devolví el paquete de clínex agradeciéndoselo por segunda vez, pero me dijo que me los quedara. Se lo agradecí de nuevo antes de salir distraída del baño.

—¿Qué pasa, Roxana? ¿Nos tienes miedo? —fanfarroneó alguien a mis espaldas—. Estoy hablando contigo, niña.

Me giré sobre mis talones para comprobar quien me estaba hablando. Como no podía ser de otro modo, me encontré con el grupo de niñas ricas.

Ignoré a la chica que me había intentado amedrentar y las miradas de desprecio del resto de las chicas.

Seguí caminando pero una de ellas se interpuso en mi camino impidiéndome seguir. Me quedé mirándola. Era alta, tenía el pelo rubio y llevaba una generosa capa de maquillaje cuando en realidad no le hacía falta, ya que era guapa sin necesidad de él. La chica me observaba con una mirada interrogante, de brazos cruzados. Detrás de ella las chicas no dejaban de cuchichear entre ellas. Oí el nombre de Leo. También el de Dev. ¿Era eso? ¿Estaban celosas?

Decidí poner fin a aquella estúpida situación.

—Mirad, no tengo ganas ni tiempo para soportar vuestras tonterías de niñas consentidas. ¿Cuál es vuestro problema? —Las miro una a una: la rubia de antes, una con el pelo rizo atado en una coleta alta, otra con unos ojos exageradamente grandes, otra que estaba acunando sus pompones entre sus brazos como si fuese un bebé, otra observándome como si quisiese ver a través de mí y otra con una camiseta de un grupo de música que estaba de moda—. Oh, creo que ya sé lo que pasa, vuestra baja autoestima hace que necesitéis hundir la moral de otras personas para sentiros un poco mejor con vosotras mismas, ¿no? —Había dado en el clavo, todas me observaban con la boca abierta—. Todavía no he acabado, lo que más os fastidia es que una recién llegada al instituto llame la atención de chicos como Leo y Dev, ¿me equivoco?

No, no me equivocaba, todas se marcharon por donde habían venido bufando por lo bajo, alguna que otra golpeándome con sus hombros. Había ganado aquella pequeña batalla.

Odiaba estos enfrentamientos sin sentido alguno.

—¡Bra-vo!

Ahí estaban Sarah y Lisa, habían escuchado toda la conversación. Me miraban con algo similar a la admiración.

Se presentaron formalmente y luego me preguntaron si quería tomar algo en la cafetería con ellas. Decliné su invitación, les dije que tenía que hacer un trabajo para la próxima semana y quería adelantar. En realidad no tenía que adelantar ningún trabajo, pero necesitaba estar sola un rato para digerir todo lo que había sucedido en un solo día.

Me dirigí a la biblioteca porque a) Siempre había poca gente y b) La mayoría de las personas que frecuentaban la biblioteca les gustaba más la compañía de los libros que la de los humanos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora