7.1 Tocar fondo.

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—Claro, y esa chica soy yo, ¿no? ¡Venga ya! ¿Ahora es cuando se supone que os debo creer? —interrogué, alzando las cejas—. ¿Estáis locos? Mis más sinceras enhorabuenas, sin duda sois unos actores magníficos, casi me he tragado vuestra patraña. —Miré la llama azul y la señalé—. ¿Cómo diablos habéis conseguido que esto parezca real? —Me levanté, seguida por la atenta mirada de los dos—. Creo que me debería ir, sin duda he perdido el tiempo viniendo aquí.

No intentaron detenerme. Supongo que ya se habían temido esa reacción.

Salí de aquella casa lo más rápido posible, antes de que ninguno de ellos pudiese alcanzarme. Estaba hecha una furia, ¿se habían creído que iba a tragarme todo aquello? ¿Qué pretendían con contarme todas aquellas mentiras? ¿Burlarse de mí como tanta gente lo había hecho ya? No me podía creer que hacía apenas un par de horas había decidido confiar en ellos. Había sido un gran fallo por mi parte. Pero, ¿cómo explicaba que aquel hombre fuese exactamente igual que mi difunto abuelo y todas las cosas fuera de lo normal que me habían pasado? ¿Y si no habían mentido? No, no, no, era imposible, esa clase de cosas no existían a excepción de en los cuentos. Sin duda, aquello tenía que tener su explicación razonable, no tenía ni idea de cuál podía ser, pero tenía que tener una explicación coherente.

Estaba caminando sobre un puente cuando empezó a llover. Me quedé parada en medio, observando las siluetas de las luces de los edificios reflejados en el agua de aquel río, sintiendo las delgadas gotas de lluvia contactar con mi ardiente piel. Alcé la vista al cielo observándolo con deseo. Las nubes se mezclaban con el trémulo fulgor de las estrellas, que observaban recelosas cada uno de mis movimientos. Y yo las observaba recelosa a ellas. En aquel momento me sentía enjaulada, encerrada, atrapada, a diferencia de ellas.

Llevaba al menos un cuarto de hora caminando sin rumbo, sin estar muy segura de cómo volver a casa. Sin duda Devian había conseguido desorientarme, pero por suerte las calles estaban llenas de grandes señalizaciones y supuse que no tardaría mucho en encontrar el camino correcto de vuelta a casa.

Algo no iba bien, comencé a sentir fuertes punzadas en la cabeza, parecía que en cualquier momento algo me la perforaría. Me detuve en seco. Me llevé las manos a las sienes, apretándolas con fuerza, intentando controlar el dolor mientras me hacía creer a mí misma que era algo que sólo estaba en mi mente, que no era real. Pero sí era real. Y dolía mucho. Ahogué un grito. Algo caliente empezó a descender por mis labios, era sangre, me estaba sangrando la nariz otra vez. El dolor no cesaba. Me arrodillé sobre el rugoso asfalto. Entonces comencé a ver borroso, parpadeé unas cuantas veces y me froté los ojos, pero cada vez distinguía menos las siluetas, más tarde ya no distinguía colores. Estaba sumida en la absoluta oscuridad. Voces ininteligibles sonaron en mi cabeza, entrelazándose entre ellas. Murmullos, susurros, rumores, siseos…Voces dulces, rasgadas, agudas, graves…Mujeres, hombres, niños, niñas, ancianas, ancianos, bebés… Grité para que las voces cesaran, pero las voces estaban sólo en mi mente. Todas se callaron al unísono y dieron paso a una única voz. “Tenemos que modificar sus recuerdos”. La voz dio paso a otra. “Te encontraré, te lo juro”. Otra voz. “Al acabar esto no recordarás quien eres”. Otra. “Os protegeré con mi vida, si es necesario”. Otra. “El chico se nos ha escapado”. Otra. “No están juntos. No son poderosos”. Otra. “Te echaría de menos”. Una última voz sonó. Mi voz. “Si ves que hay algo raro, que algo ha cambiado, cuestiona todo lo que te han dicho hasta ahora, desconfía de todo, incluso de ti mismo”. Las voces dieron paso a imágenes sin sentido: niños jugando a perseguirse bajo la lluvia, atardeceres sombríos, alboradas heladas, caras felices, ojos llorosos, un bosque, una cabaña, un monstruo, un cuervo sobrevolando un tupido bosque… ¿Qué era todo aquello? ¿Todo aquello podrían ser recuerdos?

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora