Cambiados, con nuestro aspecto habitual salimos al patio a esperar que el timbre sonara. Alguien posó su sudorosa mano sobre mi espalda, lo que hizo que me sobresaltara. Estaba a punto de comenzar a gritarle, cuando vi la cara de asustado que tenía.
—No me pegues —clamó recuperándose del susto—. Sólo quería enseñarte algo. Ven conmigo. Creo que puede ser importante —ordenó tendiéndome la mano.
—Como no quieras enseñarme un bocadillo de beicon y queso, no te acompañaré a ningún sitio. Estoy hambrienta —dije, mientras dirigía mi vista hacia el comedor escolar.
—Tienes que confiar en mí. Por favor. Es importante —suplicó, poniendo pucheros.
—Yo no confío en nadie, Devian. —Al ver que no me estaba siguiendo, aclaré—: ¿Te acuerdas de Finn Dawson? ¿Ese chico de la escuela elemental que siempre llevaba los pantalones del revés?—Tras pensarlo un rato, asintió—. Bueno, pues confiaba en él casi tanto como confiaba en ti. Un día fuimos a visitar una granja escuela, era una excursión escolar, ¿lo recuerdas?, tendríamos sobre diez u once años. Pues, los empleados de aquel lugar estaban quitando la porquería de la cuadra de los caballos, Finn no paraba de sonreír tontamente. Imagínate a quien le puso la zancadilla para que se cayese en el estercolero. —El odio recorrió mis venas al recordar aquel momento—. Desde aquel día me llamaron “Roxana la Pestilente”. Jamás volví a confiar en nadie.
—¡Es cierto, ya me acuerdo! —exclamó evitando reírse—. Me pregunto cómo tu cerebro se acuerda de esas cosas y no de otras. ¿Qué sería de Finn? ¿Se habrá ido al otro instituto de la ciudad? ¿Se habrá marchado del país? Apuesto a que dondequiera que esté y con sus quince o dieciséis años sigue poniéndose los pantalones del revés. Hay que admitir que era un chico muy gracioso. —Al mirar mi cara de descontento, paró de hablar de Finn—. Está bien, ya paro. Pero acompáñame. Si tanta hambre tienes después te invito a un helado.
—Tú no lo entiendes. Quiero un bocadillo de beicon y queso, no un helado.
—Vaya, eres la primera persona que rechaza tomar un helado con Dev Reeds. Eres la primera persona que me rechaza.
—Siempre hay una primera vez para todo, cielo.
Al final accedí a acompañarlo, a fin de cuentas me había prometido un bocadillo. Nos dirigimos con paso ligero hacia el aparcamiento de los alumnos, que se situaba en la parte trasera del instituto, en el mismo lugar donde estaban las canchas de fútbol exteriores. El Chrysler de Alban estaba aparcado de tal manera que ocupaba dos plazas en lugar de una e incluso estaba subido a la acera. Aunque cada vez lo hacía menos, no entendía como Alban era capaz de dejarle el coche a Devian. Siempre que le devolvía las llaves del coche, sonriendo de manera enigmática, Alban suspiraba pesadamente, a la vez que negaba con la cabeza, sabiendo que el coche tenía una abolladura nueva. Era un desastre sobre ruedas.
Cuando empezó a mover el volante de un lado a otro, esquivando el tráfico como si se hubiese vuelto loco, temí por mi vida como siempre lo hacía cuando subía a algo que estuviese pilotado por él.
—Recuerda que los ángeles son malos de matar. En caso de que choquemos, cosa que es poco probable, no nos vamos a morir. —Me miró sonriendo—. Así que puedes dejar de sujetar el cinturón. Llevas un cuarto de hora agarrada a él.
—Y seguiré así hasta que lleguemos a dondequiera que tengamos que llegar —asentí enérgicamente a la vez que sujetaba el cinturón con más fuerza.
Durante aquel trayecto en automóvil (el cual había deseado que fuese más breve), me percaté de lo poco que conocía de la ciudad y de su gran extensión. Era enorme. Gigante. Titánica. Había una mezcla de razas y culturas, miles de personas, más parques del único que yo conocía, varios hospitales, más institutos, más escuelas elementares aparte de la que habíamos ido nosotros y que había recordado de su existencia recientemente, varios centros comerciales, cientos de rascacielos que se mezclaban con casas diminutas, cientos de calles con nombres de personas importantes que ya nadie recordaba... Era una ciudad ciertamente estrambótica. Era rara. Caótica. Era perfecta.
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Ángeles de hielo
ParanormalPero en realidad, todo fue de peor en peor. Ya no confiaba en nadie ni nada. Todo lo que había creído era falso. Nada volvió a ser lo mismo, desde que los encontré. O más bien, desde que ellos me encontraron a mí.