3.2 La madriguera del lobo.

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Todos salían de allí con prisa, incluida la mujer que me acababa de reñir. Apenas quedaban dos o tres personas cuando noté como alguien me observaba, miré hacia mi derecha y vi a “Ay, madre” mirándome con cara larga. Fingí que no me había enterado de que sus ojos estaban siguiendo cada paso que daba, cada movimiento, cada gesto que realizaba. Salí de allí, notando como sus ojos continuaban clavados en mí. Caminé detrás de las personas que faltaban por salir de clase.

 Eran dos chicas, una de ellas era bastante alta, tenía el pelo rizo, a la altura de los hombros de un color marrón claro. Vestía una sudadera roja que le quedaba considerablemente grande, unos shorts con medias negras por debajo y unas deportivas. Al cuello llevaba unos auriculares.

La otra chica era un poco más baja que la anterior, tenía el pelo negro bastante largo. Llevaba puesto un abrigo verde largo con capucha, unos pantalones negros ajustados y unas botas militares. Esas chicas eran extrañas, tenían el aspecto de no encajar en aquel lugar, ni siquiera de encajar en ningún sitio, de no querer encajar, como si fueran diferentes al resto del mundo, pero iguales entre ellas.

Sonó un estallido proveniente de la clase. Ellas se sobresaltaron, pero siguieron caminando como si nada hubiese ocurrido. En cambio yo di media vuelta para descubrir que había ocurrido.

Todas las mesas, todas las sillas, el encerado, las tizas, el borrador, el suelo, las ventanas, las paredes, las estanterías, el techo, un esqueleto de plástico bastante maltrecho, la bola del mundo que estaba encima del escritorio del profesor, los lapiceros… Todo estaba recubierto de una pequeña capa de nieve. Nieve dentro de un edificio. Miré alrededor y vi a un chico hecho una bola en una esquina, propiciándose golpecitos en la frente e insultándose a sí mismo. Era Dev. Me acerqué a él dejando mis huellas en el suelo. Me puse de cuclillas, para estar a su altura.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —pregunté tocándole en el hombro para que me mirara a los ojos y no a la suelas de los zapatos.

—No deberías estar aquí— respondió secamente sin haber levantado la vista.

—No sé si debería o no estar aquí, sin embargo lo estoy, así que me vas a explicar que ha pasado aquí o si no, no me iré —me apresuré a decir.

El chico se levantó de golpe, empujándome ligeramente para que lo dejara pasar, eso hizo que me cayese en el suelo. Me levanté lo más rápido que pude, aunque no evitó que la zona de los pantalones que había estado en contacto con el suelo se convirtiese en una gran mancha azul oscuro. Él empezó a dar vueltas, de un lado para otro, se llevó ambas manos a la cabeza y se quedó mirando el techo. Me estaba empezando a irritar. ¿Qué problema tenía? Gruñó mientras que seguía dando vueltas.

—¿Puedes estarte quieto de una vez? Me estás poniendo nerviosa con tu particular baile —bramé. Se rió. Parecía que le divertía ponerme de los nervios. Movía la cabeza de manera desaprobatoria—. ¿A ti que te pasa? Primero oigo el ruido de una explosión. Después veo que esto está lleno de nieve, cosa que no tiene mucha explicación lógica. Te veo a ti delirando. Te pregunto si estás bien. Te enfadas. Me empiezas a poner nerviosa. Te ríes. ¿Pero tú eres normal? —Estaba empezando a hablar sola, el chico estaba tirando la nieve que era capaz de coger, por la ventana—.Y, ahora me ignoras. Todavía sigo preguntando, ¿por qué mágica razón hay nieve aquí dentro? —pregunté moviendo los brazos de forma exagera. Parecía que de un momento a otro echaría a volar.

—¿Puedes dejar de hablar tanto y de hacer esa cosa rara con los brazos? Ahora quien se está poniendo nervioso soy yo —seguía tirando la nieve por la ventana sin gran éxito, a ese ritmo no acabaría en todo lo que quedaba de día—. Ayúdame de una vez —me ordenó. Lo miré con odio—. Me tendrás que ayudar, quieras o no, porque si no me ayudas, cuando el conserje venga a apagar las luces y a mirar si todo está en orden nos verá a los dos rodeados de nieve y nos la habremos cargado.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora