13.1 Una noche en la feria del terror.

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Tras recuperarme del vértigo que sentía, lo primero que hice fue mirar a mi alrededor. ¿Quién había sido el causante de aquello?

Como yo, todos estaban muy aturdidos, incluso más, ya que al menos, yo sabía cómo y por qué razón habíamos acabado en aquel lugar. Seguí buscando al culpable. Sabía que estaba cerca, tenía que estar cerca. Faltaba alguien, pero no acertaba a saber quién.

—Ha sido Lisa. Está bastante claro —dijo sin apartar la vista del gran letrero que ponía “XIII Feria Anual del Chocolate”, en la entrada de esta—. Si no, ¿cómo explicas que no esté aquí? ¿Y Sarah? Seguro que ella también es uno de los nuestros y ni nos hemos dado cuenta —acusó con los ojos entrecerrados.

—Pues si tan seguro estás, vamos a buscarlas —dije con una frialdad impropia en mí. Todavía estaba dolida.

Sacudió la cabeza negativamente.

—No. Hay algo que no me encaja en este lugar —negó sentándose en un tronco de madera tumbado.

—Voy a buscarlas, si te quieres quedar aquí solo, es tu elección —afirmé con seriedad.

Dicho esto, me encaminé hacia el interior de la feria. Mis zapatos hacían crujir la nieve. Los pies se me estaban mojando, por lo visto, las botas que llevaba puestas dejaban pasar el agua. Pude percibir pasos de otra persona crujiendo en la nieve a mis espaldas. Sabía que Devian no me dejaría sola, al menos, el Devian que creía conocer, no el que hacía un rato me había demostrado ser. Caminé sin rumbo un buen rato, deteniéndome a cada poco para decidir qué dirección tomar. Primero derecha, después al llegar a un puesto de chocolates suizos a la izquierda, recto hasta la primera atracción, hacia la derecha de nuevo al haber pasado el puesto de algodones de azúcar…

Se me erizó el vello del pescuezo, el corazón me empezó a latir desbocado. Me detuve, de manera inconsciente, con las manos cerradas en puños a ambos lados de mi cuerpo. Me mantenía en una posición estática, intentando controlar la extraña sensación que recorría cada fibra de mi cuerpo. Sentía como la sangre no fluía con total normalidad, como si algo obstruyese su paso. Como si se estuviese congelando. Algo líquido descendió por mis labios. Me llevé una mano a ello. Sangre. Estaba fría, muy fría. Incluso podría jurar que congelada. Tragué saliva pesadamente. Por favor, que aquello no signifique lo que estoy pensando.

Me giré, en busca de Devian, pero él ya no estaba.

Algo me hizo dirigir mi vista a la cabina donde se compraban las entradas para subir a la gigante noria. En el interior había un chico, no mucho mayor que yo, quizás incluso de la misma edad. Me sonreía de manera enigmática, lo que hacía que me estremeciese de terror, sus ojos color rubí me miraban con tal intensidad que notaba como penetraban en mi ser. Lo que más me inquietó no fueron sus ojos del color de la sangre, lo que más me inquietó fueron sus alas, negras como el carbón, oscuras como la ceniza, desplegadas temerosas tras él. Entre sus manos, movía de manera inquieta unas figuras de ángeles de porcelana diminutas. ¿Por qué tenía la impresión de haber visto antes aquellas figuras? Porque las había visto. Cuando estaba arrastrando la mesita de noche de mis padres hacia su habitación, se habían caído muchas cosas de ella. Me había sorprendido la foto de ellos, pero apenas le había prestado atención a las figuras. Ellos también tenían esas figuras de ángeles. ¿Para qué servirían? Tendría que averiguarlo.

El chico salió de la cabina con calma. Se dirigió hacia mí con paso decidido. Pasaba desapercibido por todo el mundo. Por todo el mundo excepto por mí. ¿Es que nadie veía aquellas prominentes alas bajo su cabeza? Si tuviese otra ropa encima otro aspecto, quizás hubiese parecido inofensivo aun teniendo aquellas alas cenicientas. Pero las botas militares negras con los cordones desatados, los pantalones negros ajustados, una camiseta negra con una calavera blanca en medio, una cinta anudada alrededor de su frente y su pelo color trigo peinado hacia arriba, lo único que hacían era acrecentar la sensación de peligro. Aquel chico me asustaba mucho, había algo en el que me atemorizaba. Sabía que era tan temible, que me podría herir con solo mirarme con la intensidad que lo había hecho anteriormente. Se seguía acercando, en unos pasos estarían cara a cara. Era incapaz de moverme, los músculos se me habían agarrotado.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora