La alarma del despertador empezó a sonar. Todavía con los ojos cerrados y la cara escondida entre la almohada, alargué mi brazo izquierdo para posarlo pesadamente sobre el despertador, haciendo que el irritante sonido de la alarma se detuviera. Eran las diez menos cuarto. Me desperecé y me levante, con calma.
En todo el día no haría más que ayudar a desembalar las cajas que habían llegado esa misma mañana en un camión de mudanzas. Otra cosa que haría, aunque no lo hacía a propósito, sería pensar en qué pasaría al día siguiente. Empezaba en un nuevo instituto que estaba a unos veinte minutos a pie o a diez minutos en autobús de nuestro nuevo apartamento. Estaba nerviosa, frustrada, no era normal en mí. Nunca me había preocupado en empezar en un nuevo colegio o instituto principalmente porque no tenía motivos para ponerme nerviosa o preocuparme. Pero esta vez sí. Si mi padre no mentía, el instituto al que iría al día siguiente sería el definitivo. Podría hacer amigos. Eso era lo que me preocupaba. Me preocupaba intentar hacer amigos y no caerles bien, que se rieran de mí, que se burlaran. Esto último ya no era nuevo, en los anteriores centros escolares mucha gente se había burlado de mí hasta que encontraban otro blanco de burlas mejor, u otro alumno nuevo en el centro. Una nueva presa para el lobo. ¿Por qué se burlaban de mí? Por ser muy callada. Por ser borde. Por no relacionarme con nadie. Por refugiarme en mí misma. Por ser una chica menuda, que daba la impresión de que podía salir volando con una pequeña ráfaga de viento. Pero esta vez sería diferente, o al menos eso intentaría. Se acabó la chica borde, callada. Para siempre.
Desayuné dos tostadas con crema de cacahuete y un vaso de zumo de naranja. Estaba sola en casa. Mis padres habían dejado una nota pegada en el frigorífico que decía que habían ido al centro comercial, que estaba a unas tres manzanas hacia el centro, a comprar lo que necesitábamos, además de eso, que fuese desembalando las cajas y colocando todo en su sitio. Que típico, me dejaban todo el trabajo a mí, para cuando ellos llegasen yo ya tendría todo hecho.
A pesar de que estaba enfurruñada porque tenía que hacerlo todo yo, empecé a desembalar las cajas, con calma. Comencé por lo pesado, es decir, por los muebles. Algunos ya estaban colocados porque ya estaban en el apartamento antes de que llegásemos, como la mesita de noche de mi habitación, el escritorio, también en mi habitación, y un armario en cada estancia. Cogí la primera caja que encontré que tenía escrito muebles en letras grandes. Era la mesita de noche de mis padres. Rompí la caja para arrastrar la mesita hasta su habitación. Era muy pesada para ser tan pequeña. Justo cuando estaba llegando al lugar donde pondría la mesita de noche una de las patas de esta cayó en el suelo y lo que quedaba de ella cayó en el suelo acompañado de un estrepitoso ruido. El cajón adherido a la mesita se abrió; estaba lleno de objetos. Solté una palabra soez. Coloqué la pata de nuevo en su sitio; afortunadamente sólo se había desencajado.
Puse de nuevo todas las cosas que habían caído del cajón en él. No había visto nada de aquello en mi vida. Figuritas de ángeles de porcelana, una de ellas se había roto pero por suerte había pegamento en casa; cartas, que no me atreví a abrir porque consideré que era algo demasiado personal y fotos viejas. Muchas fotos viejas, mis padres en la playa, en la montaña, en una casa que para mí era totalmente desconocida… Lo que más me sorprendió fue ver una foto en la que mis padres estaban sonriendo abrazados y detrás de ellos había una especie de laboratorio, o algo similar, había un montón de probetas llenas de líquidos, cables por todas partes y pantallas alumbrando con mucha intensidad. Pensé que podía ser en la facultad de medicina, donde ambos se conocieron, pero lo descarté. No le di demasiada importancia. Seguí desembalando cajas.
Una hora después ya estaba todo en su sitio, estaba exhausta y mis padres todavía no habían llegado. Había acertado: había acabado y ellos no habían llegado. Me senté en el sofá a ver un poco la televisión, empecé a cambiar de canal, no había nada que me gustase. Me cansé de zapear. La apagué y me decidí a hacer la comida.
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Ángeles de hielo
ParanormalPero en realidad, todo fue de peor en peor. Ya no confiaba en nadie ni nada. Todo lo que había creído era falso. Nada volvió a ser lo mismo, desde que los encontré. O más bien, desde que ellos me encontraron a mí.