21.2 Corriendo bajo la lluvia.

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Lisa me miró como si estuviese a punto de darme una bofetada.

—Vas a venir, aunque tenga que llevarte amordazado —amenazó cruzándose de brazos.

No, ni hablar, definitivamente no iría.

Pero antes de que pudiese evitarlo me agarró por la mano y tiró de mí como si se le fuese la vida en ello. Habría jurado que me iba a quedar sin brazo como continuase tirando con tanta fuerza.

Al instante, estaba de pie, frente a Alban, el cual me tendía las llaves de su preciado coche con una pincelada de vacilación en su mirada. Sonreía detrás de sus anteojos, pero sabía que ya se estaba arrepintiendo de tenderme las llaves del coche. La verdad, no lo culpaba, todavía no controlaba lo de conducir sin chocar contra nada.

Me revolvió el pelo con una mano, poniendo cara de aversión al darse cuenta de que estaba lleno de gomina. Se limpió discretamente a la chaqueta la gomina que había quedado impregnada en su mano. Después, me empujó hasta la puerta cerrándola antes de que pudiese volver a entrar.

Lisa me esperaba, apoyada contra el coche, con un pequeño bolso entre sus manos.

—¿Sarah? —pregunté mientras me sentaba en el asiento del piloto.

Por un momento, me pareció que vacilaba.

—La han venido a buscar hace un rato.

¿Así que tenía pareja? Vaya, no lo sabía.

La verdad, no sabía por qué estaba conduciendo hacia una fiesta a la que no quería ir. Quizás una parte de mí lo hacía porque, por muy pequeña que fuese la posibilidad, pensaba que Roxy estaba en la fiesta. Otra parte de mí lo hacía porque me habían amenazado de muerte varias veces.

Centré mi vista en las líneas discontinuas pintadas en la carretera. En cierto tramo, las líneas pasaban a ser más claras, haciéndose notar que hacía años que las habían pintado. Suspiré pesadamente, estaba empezando a llover de nuevo. Activé el limpiaparabrisas automático, resignado. No había parado de llover y nevar en todo el invierno. En primavera había llovido cada pocos días con tal intensidad que habría jurado que ocurriría un diluvio universal. Ahora que era verano, seguía lloviendo de vez en cuando. Aquel tiempo era deprimente.

Bajamos del coche. Hacía calor y la lluvia se pegaba al cuerpo.

Entramos en el gimnasio, comprobando que efectivamente, el guardia ya se había dormido, así que si no queríamos tener dolor de cabeza al día siguiente más nos valía no probar el ponche.

Lo que vi me horrorizó. Aquello era incluso peor de lo que había imaginado. El gimnasio había sido completamente transformado en un reino de invierno lleno de adolescentes. Al fondo había una zona más elevada que la pista de baile, donde se situaba el dj, con unos cascos exageradamente grandes en las orejas. En el techo había guirnaldas brillantes que imitaban copos de nieve gigantes. Había una bola de discoteca con cientos de cristales que se proyectaban en las paredes del pabellón. Había luces, como las que se ponen en los árboles de Navidad, por todas partes. Había varias mesas llenas de comida hasta los topes. Por último, el suelo estaba lleno de copos de nieve que se movían frenéticamente cada vez que alguien daba un paso.

—Sigo sin saber qué hago aquí —le dije a Lisa que continuaba a mi lado.

Gruñó algo ininteligible, arrastrándome por la mano hasta el centro de la pista. Me obligó a ponerme delante de ella y agarrarla por la cintura. Empezamos a movernos de un lado a otro, torpemente. Se notaba que ni el uno ni el otro éramos demasiado buenos bailando. La miré con cara de pocos amigos. ¿Había sido ese su plan oculto? ¿Qué yo fuese su pareja de baile? En fin, ahora ya estábamos allí…

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora