9.2 Reiniciación.

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Abrí con fuerza las puertas de la cafetería haciendo un ruido estruendoso. Me encaminé a grandes zancadas hacia la mesa en la que nos solíamos sentar Leo, David, Sarah, Lisa, Stella, yo y en ocasiones James Doe. Los saludé a todos con un gesto de mano, con pocos ánimos. A continuación me senté pesadamente en la silla que me correspondía, entre Leo y Stella. Todos habían llegado excepto Lisa, que nadie sabía dónde se encontraba, ni siquiera Sarah, que siempre estaban juntas. Esta, dijo que no la había visto desde que habían tenido la clase de matemáticas a primera hora. Nadie le dio demasiada importancia, creíamos que acabaría apareciendo de un momento a otro, seguro que estaba repasando sus apuntes en la biblioteca o algo por el estilo.

Me saqué la chaqueta de cuero negro, dejando mis brazos al aire.

—¡Roxy! —gritó Leo perceptiblemente sorprendido. Alcé una ceja a modo de pregunta—. ¿Por qué diablos tienes los brazos tan musculosos? —me preguntó mientras apretaba con fuerza los músculos de mis brazos.

Todas las personas de aquella mesa me miraban con admiración, les había sorprendido considerablemente. Aparté sus manos, que me estaban presionando, de un manotazo.

¿De verdad? Por lo visto haber entrenado había servido para algo más que tener el cuerpo de distintas tonalidades debido a los moratones.

—Seguro que tienes más fuerza de la que tengo yo —contempló—. ¿Echamos un pulso? —rogó.

Me negué rotundamente miles de veces durante varios minutos, pero tras su cara de cachorro abandonado no me pude negar.

Agarré su mano con fuerza y él hizo lo propio. Me di cuenta que éramos como la noche y el día. Su mano era gigante en comparación con la mía, cubría por completo toda mi piel, apenas se veían sobresalir mis uñas pintadas de violeta entre su puño rodeando mi mano. Además, su piel era mucho más morena que la mía, que era tan pálida que se podían ver los distintos tonos de las venas sin problema ninguno, como si fuese un cristal que las protegía.

—¡Ya! —aulló David.

Comenzó a hacer fuerza hacia su lado izquierdo antes de que me diese cuenta. El chico tenía fuerza pero estaba segura que yo tenía más. Empecé a hacer fuerza hacia mi lado izquierdo. Sus labios, que hacía un momento estaban formando una sonrisa se habían transformado en una fina y pálida línea. El duelo se estaba poniendo interesante, no éramos capaces de mover nuestros antebrazos ni a un lado ni al otro, nos manteníamos en una posición aparentemente estática. Las chicas comenzaron a gritar mi nombre y David, empezó a gritar el nombre de mi contrincante. Poco después teníamos a una multitud rodeándonos en un círculo perfectamente hecho, mirándonos con curiosidad. Al fin, el duelo dio un giro. Poco a poco, conseguí desplazar su puño hasta tocar la fría madera pintada de blanco de la mesa. Las chicas estallaron en chillidos. Leo propició un golpe en la mesa e intentó parecer ofendido, pero al momento ya se aproximó a mí para darme un abrazo. Recordaba a muy pocas personas que me abrazasen y aquello, continuaba siendo una sensación extraña para mí, no digo que me desagradara, pero era raro. Se plantó delante de mí con los brazos abiertos esperando a que diese algún movimiento. Tras un breve momento de deliberación acepté su abrazo. Este, se rió como un niño pequeño.  Me agarró por la cintura con sus enormes manos. Sin poder evitarlo me alzó en el aire y comenzó a girar sobre sus talones. Grité, chillé, aullé, bramé, le dediqué palabras no precisamente bonitas y pataleé; cosa que no sirvió absolutamente de nada, siguió dando vueltas hasta que perdió el equilibrio.

Nos caímos los dos en el suelo. Comenzamos a reírnos tirados en el suelo de la cafetería. Me reí tanto que no fui capaz de articular ni la primera palabra durante un buen rato, tanto que me dolía la barriga. No recordaba haberme reído de aquel modo desde hacía mucho tiempo. Leo se levantó, me tendió su mano y me levanté con su ayuda.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora