El señor Fazbear regresó a la mansión después de una larga y agotadora reunión de trabajo. Los rayos del sol se filtraban a través de las ventanas, iluminando la oficina con una luz cálida. En su escritorio, montones de papeles y documentos esperaban ser atendidos, pero en su mente solo había un pensamiento: el deseo de llegar a casa y pasar tiempo con su hijo, Freddy.
Mientras se concentraba en los números y las firmas, el sonido suave pero insistente de tres golpes en la puerta lo sacó de su concentración. Levantó la vista, sonriendo al reconocer la voz familiar que le llamaba desde el otro lado.
—Adelante —dijo el señor Fazbear, sin apartar la mirada de los documentos que tenía en las manos.
La puerta se abrió lentamente y Freddy entró con una mezcla de emoción y nerviosismo. Era un chico castaño, con ojos brillantes que reflejaban su entusiasmo. Se acercó a su padre con paso firme pero cauteloso, consciente de que lo que iba a pedir era importante.
—Hola, Freddy. ¿Sucede algo? ¿Uhm? —preguntó el padre, finalmente dejando los papeles a un lado para centrar su atención en él.
Freddy se sentó en la silla frente a su padre, jugando con sus manos mientras buscaba las palabras adecuadas. La ansiedad lo invadía, pero sabía que debía ser valiente. Tomó una respiración profunda antes de hablar.
—¿Puedo pedirte algo...? —su voz temblaba ligeramente, pero estaba decidido a expresarse con claridad.
El señor Fazbear frunció el ceño ligeramente; sabía que cuando su hijo pedía algo era porque realmente lo quería. Sin embargo, también era consciente de sus responsabilidades laborales.
—¿Pedirme algo? Bueno, espero que sea rápido, hijo. Estoy ocupado en mis temas del trabajo —respondió con tono comprensivo.
Freddy se acomodó en la silla, enderezando su postura mientras intentaba calmar sus nervios. Sabía que este momento era crucial no solo para él, sino también para Chica, su mejor amiga.
—Bueno... —empezó hesitante—. Chica es una joven muy lista, ¿sabes? En el orfanato obtenía buenas calificaciones y se esfuerza mucho en sus estudios. Me he dado cuenta de que tiene un gran potencial y creo firmemente que sería una buena idea que ella pudiera entrar al instituto donde yo voy.
Mientras hablaba, Freddy sentía cómo las palabras fluían más fácilmente. Su convicción crecía al recordar todos los momentos en que había visto a Chica estudiar y prepararse para cada examen con dedicación.
—Yo creo que le haría bien —continuó—. No solo aprovecharía su inteligencia, sino que también le daría la oportunidad de socializar más y conocer a otros chicos de nuestra edad. A veces pienso que podría beneficiarse mucho del ambiente escolar... Entonces... ¿qué dices, pa?
El señor Fazbear observó atentamente a su hijo mientras hablaba. La pasión en su voz era evidente y eso lo conmovió profundamente. Recordaba cómo él mismo había enfrentado desafíos similares cuando era joven; cómo cada decisión podía marcar una diferencia significativa en el futuro.
—Freddy —comenzó el padre con un tono reflexivo—, entiendo por qué sientes así respecto a Chica. Es maravilloso ver lo cuánto que quieres ayudarla. Pero entrar a la secundaria no es solo cuestión de ser inteligente; también implica adaptarse a nuevos retos y responsabilidades.
Freddy asintió lentamente, comprendiendo las preocupaciones de su padre. Sabía que no sería fácil para Chica enfrentarse a un nuevo entorno lleno de cambios.
—Sí, papá —respondió con sinceridad—. Pero creo que Chica tiene lo necesario para hacerlo. Siempre ha sido resiliente y tiene un buen grupo de amigos que la apoyará en todo momento.
