Espejo roto.

33 1 0
                                    

(Ren)

Hace unos días.

A mi madre no le importó en lo absoluto mi opinión o "condición", parece que jamás lo hace, no estuvo entre sus pensamientos que necesitaba atención médica, no le dije que Gabriel me había curado y decidí guardar absoluto silencio ante eso. "Te hará bien un poco de aire fresco" fue su argumento. No pude evitar chasquear la lengua, fruncir el ceño y cruzarme de brazos, pero tampoco pude impedir que me llevarán. El viernes falté, la señal de mi celular fue terrible durante todo el camino y al llegar con mis abuelos la batería terminó 'muriendo', quedando "desconectada" del mundo, mi iPod lo terminé olvidando encima del buró antes de que me fuera, y el cargador no lo tenía en la maleta. En realidad siempre tenía una maleta de viaje empacada, con todo lo que podría necesitar, esa me la obligaron a traer ya que no había empacado absolutamente nada de nada desde el aviso de Elizabeth, pero al ser algo que hacía meses no tocaba el libro que estaba guardado entre la ropa podría considerarse mi regalo de cumpleaños del año pasado. Lo cual quiere decir que estoy encerrada a kilómetros de mi padre y hermano, con la familia de mi madre, y sin ningún sustento de entretención aceptable que me distrajera de lo anterior. Tenía que pasarme a mí.

Me echo en la cama del cuarto que se me había sido asignado, hacía tres años que no les visitaba, mi padre lo permitía por supuesto, pero mi madre no tenía tiempo suficiente por el trabajo. Habían ampliado la residencia, en vez de ser de un sólo piso con tres habitaciones, dos baños, una sala, un comedor y una cocina pequeña; ahora era una de dos pisos con cuartos amplios y de decorado personalizado, o al menos así es como lo dijo con gran orgullo mi abuela, también cada habitación ahora tenía su baño propio. En realidad en donde yo me tengo que instalar es el cuarto viejo en donde pasé veranos de mi infancia y variados fines de semana, al igual que en la infancia de mis primos —hijos de mi tía—. Noté que el ventilador, las dos camas individuales, y la ventana estaban exactamente igual, eran algo viejos pero aun así parecían útiles todavía. El colchón de la cama a un lado de la ventana rechina bajo mi peso al moverme e intentar acomodarme. Había dejado la maleta encima de la silla de platico a un lado de la recién pintada puerta y con reluciente chapa. Puedo sentir comezón en los antebrazos, apenas y había llegado y los mosquitos parecía que ya los atraía con sólo mi presencia (desde pequeña he tenido problemas con ellos, al parecer tienen un gusto exclusivo por mí). La colcha sigue igual de rasposa que siempre. Pero a pesar de que hay cosas viejas, también hay arreglos. El color de las paredes y el techo es de un suave beige, ahora todo el cuarto era liso, sin que se notase la figura de los ladrillos en la pared o grandes cuadros en el techo; ahora todo es uniforme. El gran mueble que es el armario lo cambiaron a un lado, encajado en la pared podría decirlo. Vacío y limpio, eso era de predecible. Se encuentra ahora abierto de par en par esperando ser llenado con mis prendas, pero sigue dándome mala espina aquel lugar.

La casa de mis abuelos, al estar lejos de la ciudad, es tranquila y brinda muchas zonas verdes, pero también es hogar de muchas variedades de insectos y alimañas, podría considerarse una creencia de parte mía, no puedo evitar pensar que siempre me encontraré con plagas de insectos y cosas por el estilo; nunca sucede pero mi imaginación eso no lo toma en cuenta.

Me levanto de la cama, soltando un suspiro, lo hago lentamente para que no me duela tanto la herida. Al estar de pie a un lado de la cama y voltear a donde está el buró doy con mi reflejo. Hay dos espejos en las paredes del cuarto. Uno enfrente del otro. Reflejándose cada uno hasta la infinidad. La imagen que me devuelve me hace sentir fatal.

Mi cabello está como un nido de pájaros; mi piel algo pálida en forma enfermiza; y también hay unas sombras bajo los ojos, en los que notó cansancio, me siento mal con sólo verme. La venda está debajo de la blusa delgada y blanca que me han obligado a ponerme, y mi postura no es como recordaba, me encuentro encorvada, y eso no me agrada. Hago una mueca de disgusto. Tengo fruncido el ceño desde hace rato, entonces se profundiza el gesto. Mi reflejo me devuelve la mirada y la mueca, todo. Lo deshago rápidamente, dándome sólo una expresión cansada. Me veo directamente a los ojos, algo extraño pero que me llega a gustar hacer. Desvío la mirada con los demás, pero me gusta tener mis ojos fijos en la mía. Mi café oscuro choca con el del reflejo, ahí es cuando todo se pone extraño. Parpadea, cierra los ojos con lentitud, y no puedo evitar asustarme, yo no lo he hecho.

Historia de Winwilds.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora