❦ 𝐁𝐮𝐬𝐢𝐧𝐞𝐬𝐬, 𝐌𝐚𝐟𝐢𝐚.
Satoru Gojo controla el inframundo de los negocios ilícitos, con un alma excéntrica y una caótica naturaleza que desencadena lo peor de aquello que lo rodea.
"Él es la encarnación del diablo en piel de ángel, con len...
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La noche se asienta en el trayecto hacia el departamento de Shoko, cubierta por un manto de estrellas que agonizan en el cielo oscuro.
Los nervios me carcomen en silencio, finas cuchilladas de vergüenza que se clavan ante la idea de verla de nuevo, y de enfrentar al resto de su círculo de amigos.
Satoru conduce a mi lado, surcando la ciudad hasta detenerse frente a un edificio lujoso, una torre erguida que destila majestuosidad en cada uno de sus muros. Había imaginado algo más sobrio, pero es evidente que en su mundo todos nacieron arrullados por el fulgor de la riqueza.
G desciende del auto y con su cortesía habitual, abre mi puerta. Entre risas me regala un par de comentarios ligeros mientras avanzamos hacia el recibidor y pulsa el botón del ascensor.
Apenas logro descifrar sus palabras, mis oídos siguen entumidos por la cena que nos espera, por la sensación de sentarme entre personas que pertenecen a un linaje tan opuesto al mío. A la mayoría los conozco, son gente amable y cordial, pero persiste en mí el cosquilleo de exponer nuestra relación con todos sus tonos.
¿Qué significa exactamente ser la novia de un aristócrata? ¿Cómo debo comportarme?
Menos mal que casi no tiene familia, de lo contrario nuestra unión sería un escándalo.
Al cerrar las puertas del elevador, Satoru mete la mano en su abrigo y extrae una tarjeta oscura, sin logotipos. La introduce en la ranura y el panel responde con un pitido grave. En lo más alto del tablero, se ilumina un nuevo destino: PH. Con un toque firme sobre ese botón, el ascensor inicia su ascenso hacia la cúspide de la torre.
—Por supuesto... —Resoplo, pestañeando con una media sonrisa sarcástica.
G me atrapa por detrás y me encierra con la fuerza de sus brazos cruzados en mi abdomen. Su torso firme me lame la espalda, y deposita un beso suave sobre la coronilla de mi cabeza.
—¿Por supuesto que?
Apoyo mis manos sobre las suyas, y dejo que mi rostro repose en su hombro derecho. —Que contigo no existe la palabra "modesto"