Parte /22/Ana la esposa del patrón

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¿Qué había pasado con la esposa del patrón?

Ana era el nombre de la esposa del patrón, ésta, después de enterarse del idilio de su marido, aparentemente lo perdonó, pero no podía olvidar la ofensa, ya que la actitud de su esposo se encargaba de recordárselo día tras día, éste se mantenía recluido en su despacho, tomando licor y llorando por su querida Ramona, un buen día se decidió a hablar con él ya estaba punto de entrar al despacho, pero las palabras de su marido llenas de dolor la hicieron desistir, escucho claramente cuando su marido repetía con palabras entrecortadas llenas de dolor.

─Dónde estás amada mía, siento un dolor tan grande que no puede parar, yo quisiera llorar, pero no tengo más lágrimas mis ojos están secos, te quiero tanto y te fuiste para nunca volver. NO, NO TE FUISTE TE ARRANCARON DE MI LADO. Ya no pudo escuchar más se alejó casi corriendo, y, cuando al fin su marido se repuso un poco, sin decirle una palabra, dejo el cuarto matrimonial que compartía con ella para cambiar sus pertenencias personales a la recamara que compartió con Ramona, él nunca descuido sus deberes maritales con ella, pero era como una obligación que tenía que cumplir.

Ella espero pacientemente a que la olvidara, pero los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y los meses en años, él seguía sumido en sus recuerdos, ella no podía perdonar eso, si tan solo la hubiera cambiado por una mujer mejor que ella, con más personalidad, de más mundo o de mayor rango social, pero con una estúpida campesina, no, no y no, ella no podía olvidar eso, cada que su marido se ausentaba de la hacienda por cuestiones de trabajo, temía que hubiese ido a buscar a la mujer y, quizá, la raptara y éste, ya nunca más volviera al lado de su familia.

─No, yo no puedo vivir en esta angustia, si Jean nos abandona a mis hijos y a mí, mi padre no descansará hasta encontrarlo y matarlo con sus propias manos, no, yo no puedo dejar a mis hijos huérfanos de padre.

Fue por eso que decidió hablar con su progenitor inmediatamente.

Padre convenza a Jean de irnos a vivir a la ciudad.

─¿Tienes algún motivo especial? ¿Acaso te hizo algo tu marido, que te ha obligado a tomar esta decisión?

─Nada de eso padre, pero usted ve como está el país de revuelto, siempre vivimos con la zozobra de que lleguen de nuevo los saqueadores y, si una vez tuvimos la suerte de que no nos hicieran daño, no creo que se repita.

─Tienes razón hija, hoy mismo le voy a plantear el asunto a tu marido.

─Gracias padre, se lo voy agradecer.

─Nada de agradecimientos, ya sabe mi niña, qué sus deseos son órdenes para mí.

No le dijo a su padre la verdad, ya que no quería que su marido y él tuvieran un enfrentamiento, además que, iba a ser un infierno vivir en medio de los dos, también sabía que, a pesar de la ofensa recibida de su esposo, su padre nunca iba a consentir que se divorciaran.

Pero la verdad era otra muy distinta, ella quería alejar a su marido de todo lo que le recordará a esa mujer, su padre habló inmediatamente con su yerno.

─Sería bien que se vinieran a vivir a la ciudad mientras pasa los levantamientos de los campesinos.

─Le recuerdo que la revolución ya finalizó y los bandoleros que se hacen pasar por revolucionarios ya pasaron por la finca y respetaron nuestra vida.

─Pero no es solo un grupo hay muchos de ellos regados a lo largo y ancho de la república y, si ya corrieron con la suerte de que no les hicieran daño, no tienen por que arriesgarse de nuevo, además mis nietos necesitas seguir con sus estudios, ellos tienen que alternar con personas de su misma edad y rango social.

─Está bien señor, estoy de acuerdo con usted, nos iremos a vivir a la ciudad.

A él le costó trabajo tomar la decisión, pero comprendió que su suegro tenía razón, no quería que sus hijos corrieran con la misma suerte que él, sus padres lo llevaron a estudiar lejos de su tierra, él volvió a la hacienda de su padre por su propia voluntad, porque le tenía amor a la tierra, quizás su hijo al igual que él, algún día volviera al campo.

Ya instalados en la ciudad, Ana empezó a frecuentar a sus amigas, pronto se dio cuenta que no era la única agraviada, la mayoría de las mujeres padecían el mismo mal la infidelidad de su marido, más de alguna le aconsejo.

Eres joven y bonita ¿Por qué no tienes una aventura con un hombre sexi solo tienes que escoger de los muchos que andan revoloteando a tu alrededor?

─Pero que cosas dices, ¿Cómo me aconsejas semejante atrocidad?

─No tiene de malo, más de alguna de nosotras gozamos de las caricias de un hombre y no necesariamente son nuestros maridos, pero ten mucho cuidado a quién eliges, más de una mujer ha sido víctima de un chantajista que la extorsiona para no decirle nada al marido cornudo, porque los maridos pueden tener las amantes que deseen, pero su mujer debe permanecer intachable.

─Tomaré en cuenta tu consejo.

Un buen día su marido y Ana, fueron invitados a una cena por un matrimonio que llegó de Francia huyendo por los rumores de una eminente guerra en Europa, ellos no eran judíos, pero sus antepasados si, el matrimonio era de ascendencia francesa, sus paisanos les dieron la bienvenida, las dos mujeres desde el primer momento que se saludaron, se cayeron bien, la mujer a la que vamos a llamar Inés y Ana se hicieron buenas amigas.

Ana se ofreció a mostrarle la ciudad, poco a poco fueron intimando, Ana termino por contarle sus intimidades con su marido, lo mismo hizo Inés, ésta le dijo.

─No sufras por naderías, tú sabes muy bien que los matrimonios de nuestra clase social, solo son un negocio y así lo debes de ver.

─No es justo, que los hombres puedan tener a cuanta mujer deseen, tantas como su dinero se lo permite, y hasta gratis como en el caso de mi marido, pero las mujeres no, si una mujer falta a su marido, acaba deshonrada, viéndose obligadas a perderlo todo señaladas por la sociedad o refundida en un convento.

Las mujeres estaban en una salita a solas, tomando un té, Inés le dijo en un susurro de voz, mientras le servía dos copas de vino.

─Las mujeres no tenemos que depender de los hombres para encontrar la felicidad.

Enseguida le ofreció una copa de vino a Inés, esta la rechazó al instante.

─Perdón que rechace la bebida, pero no tengo costumbre de beber.

─Con una copa no pasa nada, anda bebe, acompáñame solo una copita.

La mujer uso un tono de voz meloso sin dejar de recorrer su cuerpo con una mirada extraña, no parecía la mirada de una mujer consolando a una amiga, más bien era una mirada de un hombre lujurioso, de los muchos que se habían topado con Ana.

Ana se turbó, pero no se resistió más, bebió la copa de vino que la mujer le ofrecía, de esa copa siguió otra y otra, ella sentía sus sentidos embotados, la mujer suavemente la condujo a una recamara con unas gruesas cortinas que cubrían la ventana e impedían el paso de la luz del sol, no prendió ninguna, luz ella conocía muy bien su recamara, la condujo a su amiga hacia el lecho. Ana sintió como la mujer besaba su cuello, la nuca, poco a poco le fue retirando la ropa, ella no se resistió y sucumbió a las caricias de la mujer y gozo, gozo tanto que, cuando termino el encuentro amoroso quería más.

Y así empezó la relación entre Inés y Ana, un tórrido amor, sin sospechas, sin comentarios, ante la sociedad, ellas solo eran dos buenas amigas esposas de dos amigos, que a los cuatro se les veía juntos en todos los eventos sociales, en lo sucesivo. Ana tuvo mucho cuidado de no pasar de dos copas en las reuniones, porque ella sabía muy bien que, al calor de la tercera copa, dejaba salir la pasión por su amante, Inés y Ana terminaron completamente enamoradas, sucumbidas por una misma pasión. Desde el día que Ana descubrió que amaba con locura a Inés, comprendió que el único pecado que había cometido su marido, era amar con locura a su amante, la jovencita adolescente. 

RamonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora