Prólogo

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Estaba sentada en la sala de espera del consultorio psicológico, cuando escucho que el viento pasa de forma tranquila. Su tranquilidad podía mover las hojas de algunos árboles de forma increíble haciéndolos crujir, pero sin hacerle daño a ninguno.

El sonido del viento junto con el crujir de las hojas era algo que a mí me tranquilizaba en gran manera, que tranquilizaba a los pájaros, a cualquiera que necesitara de su toque, pero que también lograba estresar a muchos.

El sonido de las hojas y el viento juntos era como una sinfonía para mí, una sinfonía hermosa que se basada en el viento, en los árboles y en el sonido de los pequeños animales.

Sale de repente del consultorio un chico de tez blanca, cabello negro y ojos marrones. Llevaba una camisa negra, una chaqueta de cuero negra y pantalones negros, iba totalmente de negro. Su pelo, algo lacio, le tapaba toda la frente y parte de sus ojos.

Cuando empecé a detallarlo mejor, ví sus muñecas descubiertas. Pude notar algunas de sus cortadas, pobre chico.

Él me mira por un momento antes de salir y me brinda una sonrisa que yo le devuelvo con gusto. Personas como él necesitan de cariño, necesitan de una sonrisa, de un abrazo, de amigos, así como yo.

—Trinity Lukasiak— dice Sunshine, la agradable secretaria, mirándome con una sonrisa para pasar al consultorio de la Sra. Spong.

Suspiro y me levanto de mi asiento para dirigirme al consultorio que conocía como la palma de mi mano.

Cuando entro me encuentro con la Sra. Spong anotando algunas palabras en el cuaderno donde ella registraba los sucesos de los pacientes. Cuando nota mi presencia me sonríe con dulzura.

Creo que ya me están hartando tantas sonrisas.

—Buenas tardes Trinity, ¿qué tal tu día?— pregunta aún sonriente.

—Normal— digo mientras paso y me recuesto en el cómodo sillón gris del consultorio.

Se preguntarán ¿porqué esta chica se encuentra en un psicólogo? Les explicaré un poco.

Cuando tenía 10 años tuve algunos problemas en la escuela, me costaba hacer amigos, aunque mis compañeros no me ayudaban en el tema. Se burlaban de cada cosa que yo hacía, de cómo caminaba, de cómo hablaba, de cómo jugaba béisbol, en fin, se burlaban de cada cosa que yo hacía.

Ahora se que ellos sólo me envidiaban, no envidiaban cada cosa de mí, ellos envidiaban lo único bueno que tenía: mis notas, que aún, hoy en día, eran excelentes.

En ese tiempo entré en una depresión que sólo demostraba en las noches con mi almohada, o en la ducha, cuando cantaba mis canciones favoritas.

Eso obviamente había cambiado mi personalidad, antes de eso era una niña con la autoestima por las nubes que se reía hasta del chiste más estúpido, pero con los problemas me había convertido en una niña triste, una niña un poco fría, una niña que quería que sus amigos volvieran, una niña solitaria.

¿Quién seré ahora? ¿Seré una chica solitaria?

Volviendo al tema de porque estoy aquí; mis padres siempre fueron superficiales en muchas cosas y, cuando se trataba de mí, lo eran aún más.

Recuerdo aún la conversación que tuvieron con la directora de aquel instituto, tan falsa como sus nietos, las principales personas que se burlaban de mí.

"La niña está depresiva, cuando termina sus deberes sale del salón a pasear por el instituto y no regresa a menos de que se le reprenda. Deberían llevarla a un psicólogo, puede que tenga un problema"

Diario de una Chica Solitaria. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora