II

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El cielo a través de la ventana era gris y afligido, lloraba augurando una tormenta.

Me pregunté si le echarías la culpa de tu demora.

Seguramente sí, Caleb. Para ti todos eran culpables, excepto tú.

Apreté un par de servilletas en un puño, asfixiándolas aunque eran inocentes, y respiré tan profundo que me dolió. Me dolió, pero me dio valor para permanecer serena.

¿Y cuán tranquila crees tú que debería haber estado en ese momento? Mi corazón estaba roto, y las ganas de llorar me asaltaban un poquito más  por cada lágrima del lamento de las nubes que besaba la tierra. 



Un café para olvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora