XXXV

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—Mientes —me acusaste—. Él no lo hizo... Marcus no me traicionaría de esa manera.

Te observé, tan seguro de ti mismo y de tu confianza, y me reí. Me recordaste a mí misma, Caleb. Ingenuos idiotas.

Respiré profundamente el aroma a café que abundaba en nuestro derredor y desvié la mirada de tu rostro encolerizado para observar mi casi vacía taza de café. La tomé, lentamente, y me di el tiempo de detallar el grabado de la porcelana entre mis manos mientras tu irascibilidad iba en aumento.

¿Tan poca paciencia me concedías?

Llevé a mis labios lo último de ese café, y entonces me puse de pie.

—Fotos, mensajes, promesas de amor... lo vi todo —murmuré, apreciando por unos segundos la lluvia a través de la ventana antes de mirarte a los ojos y descubrir la demencia en ellos—. Al parecer, Caleb, tu buen puesto en la empresa de mi padre ya no vale la pena como para compartirte conmigo. Marcus te quiere sólo para él —te sonreí de medio lado, sin malicia, mientras dejaba unos billetes sobre la mesa para pagar mi café—. Es difícil creer que la persona que amas te puede traicionar, ¿verdad? 


Un café para olvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora