XXXIII

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—¿Por qué yo, Caleb?

Bajaste la mirada y, por un momento, me pareció que te avergonzabas.

—Eres Lyla Ferrer —me recordaste—. ¿Por qué habría elegido a alguien más? Eras perfecta...

Mi mandíbula se tensó y mis manos se volvieron puños bajo la mesa, las uñas cortando la piel de mis palmas.

Quise golpearte.

Quise llorar.

Quise golpearte y llorar al mismo tiempo. 


Un café para olvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora