Capitulo 14

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La luna poco a poco resplandecía ante mis ojos y lo único que podía sentir era miedo de mi misma. Miedo de que la noche se apoderara de mi y me llenara de su oscuridad. Me sentía vacía por un momento, sin nada en la vida. Con mucho por vivir pero con pocas ganas y deseos. Y ahí estaba yo, sentada observando la luna desde mi ventana. Observando como mantenía su belleza cada noche.

Esas eran de las pocas cosas que podía disfrutar plenamente. No había nada mas bonito que ver la luna brillar sin importar el que dirán, nada la opacaba. Brillaba por luz propia cada noche.

De repente una lagrima rodó mi mejilla provocándome un nudo en la garganta. Me preguntaba todo el tiempo: ¿Qué hice para merecer tanto dolor? ¿Tanto sufrimiento? ¿Porque?

A lo largo de mi vida cada noche me hacia esas preguntas y me sentía mal, poco afortunada. Toda mi vida luche por tener un poco de paz y felicidad. Y a otras personas les caía del cielo así sin mas. Sin buscarla ni desearla les llegaba como un regalo del cielo mas sin embargo yo siempre la he buscado tanto que aveces me pregunto: Si no luchara, ¿seria feliz?

Que tonta Eira, nunca serás feliz.

Cada día me llenaba de pensamientos horribles, me sentía sola, vacía, sin motivos para vivir, ya sin fuerzas para luchar. Con unas ganas inmensas de tirar la toalla, de tirar todo el esfuerzo a la basura e huir. Nada me haría mas tranquila en esos momentos. En los momentos mas oscuros de mi vida solo deseaba morir, apagar la luz de mi luna e irme a algún lugar donde ya no sufriese mas.

De repente vi unas luces encenderse a fuera de mi habitación.

-Ve a dormir ya que es tarde. -dijo mi abuela soñolienta.

Inmediatamente asentí. Apague la luz y me recosté en la cama. Y entonces recordé...
Esos días en los que toda mi vida giraba entorno a mis muñecas, los juegos y en no olvidar cepillarme los dientes. Cuando era niña y no me preocupaba nada, pues mis padres se encargaban de que nada nos afectara. Esos días en que el único dolor que sentía era el de las rodillas raspadas o cuando se me caía un diente. Pero no pudimos esperar a crecer...

Sin darme cuenta me encontraba recostada en una almohada muy húmeda. Las lagrimas estaban ahogándome y en silencio sollozaba con tanto dolor que sentía como el corazón se me hacia pequeñito. Temía que mi abuela me descubriera. Que descubriera el llanto en mi almohada y el dolor detrás de mis ojos. Porque desde ese momento miles de sentimientos afloraron en mi. Lo mas probable muy negativos.

Me sentía desolada, triste y vacía. En mi vida no había cabida para otro dolor porque sin duda; ese me mataría.
Mis manos temblaban, las lagrimas invadían todo mi rostro empapado, la noche fría y el cuarto vacío. Solo éramos mi almohada y yo.

La que próximamente seria mi paño de lagrimas, mi única compañía y la única que soportaría todas mis tristezas.

La madrugada transcurría muy de prisa, las lagrimas seguían transcurriendo y en lo único que podía pensar era en la sonrisa que tendría que poner la mañana siguiente. La sonrisa fingida de siempre...

Me pregunto: ¿si miraran mas allá de la sonrisa y observaran muy detenidamente mis ojos, se darían cuenta cuanto dolor esconde?

Que el brillo se ha ido, que mis ojos han oscurecido, que ya no es el brillo de la felicidad sino el brillo que los melancolizan. Pero no... La gente es ciega para lo que no le conviene ver. A la gente no le importa un rábano si sufres o no. Incluso hasta la familia te da por causa perdida.

5:37am.

El sol comenzaba a salir como de costumbre. Un día mas de tortura, de sonrisas fingidas...  Un simple reto que claramente podría cumplir fácilmente.

Pero lo peor fue cuando sentí el frío en mi almohada y justo ahí me di cuenta que había llorado lo suficiente, me había ahogado en mi propio mar de lagrimas y no hay peor sensación en el mundo. 

Desde ese día, la noche seria mi peor pesadilla.

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