La complacencia de la ciudad azul en sus altas esferas era bien conocida por todos los grandes reinos. Los que sufrían y pasaban hambre lo harían durante toda su vida. Los que vivían acomodados y con lujos bailando a su alrededor difícilmente perderían su estatus. Por tanto la complacencia de la ciudad azul estimulaba a unos y perjudicaba a otros. Eso no gustaba a la parte perjudicada del asunto.
La cosmopolita ciudad se hallaba anclada, vertiginosa y valiente, sobre una escarpado acantilado golpeado incansablemente durante los meses de alta mar por las olas furiosas. Si se observaba desde los innumerables barcos que llegaban día tras día al puerto a pie de playa , se podía ver como un retrato de piedra azulada encima del acantilado. Se podría sugerir que era un ciudad de piedra azul, hermosa y esbelta, que señoreaba aquellas escarpadas tierras jugueteando con la luz del sol por las mañanas. Una ciudad hermosa.
Nada más lejos de la realidad.
En su interior, la urbe bullía de seres repugnantes y olor a descomposición. La ciudad azul , una cascara de la maravilla de los tiempos antiguos , que por dentro estaba podrida. Podrida hasta sus cimientos.
En la avenida de las flores unos pasos repicaban con buen ritmo contra el suelo empedrado. Sir Golus Kan llevaba prisa. Llegaba tarde a su cita y era consciente de ello. Avanzaba por la amplia calle gruñendo a cada paso que daba. Su capa azul oscura con bordados de plata ondeaba despistada mientras caminaba con prisas. Su pelo negro y plata, recogido en una cola de caballo clásica, bailaba dando tumbos de un lado al otro al ritmo del golpe de sus botas.
Siempre llegaba tarde, y él mismo se enfurecía por ello. Para colmo de males las variopintas flores que poblaban los lados de la avenida le hacían picar la nariz. La tenia roja e irritada. Odiaba las flores.
Giró dos calles a la derecha y se plantó delante de un edificio de piedra blanca y azulada. Una bandera también blanca y un halcón dorado dibujado en su centro señoreaban la parte alta del tejado. Había un cartel que rezaba: Tesorería de Ciudad Azul.
Abrió las puertas como un animal desbocado, sudando por entre los pliegues de la ropa y se dirigió a la sala principal. Allí una mujer anodina y aburrida le saludó sin levantar la vista de su escritorio. Ni se molestó en devolverle el saludo. Paso otra puerta con rapidez. El supremo le echaría una buena bronca por la tardanza.
Llamó a la ultima puerta titubeando.
-Adelante -se oyó desde el interior. El tondo de voz utilizado requería de cierto animo de espíritu para no considerarlo grosero.
Al adentrarse en la instancia algo le llamó la atención. En la sala olía a fragancia de mujer. Un sabor a manzana que perfumaba la habitación con dulce encanto.
-Llega poco puntual. -dijo el supremo, observándole de pie , con sus brazos delgados y estirados cruzados sobre su pecho. La nariz engarfiada y sus ojos agudos le daban un aspecto de ave de presa.
-Mis disculpas. - Sir Golus Kan se inclinó en una reverencia formal.
-Siempre pasa la mismo, no se dé que me extraño -el supremo arrugó la nariz y negó con la cabeza en un gesto de desaprobación. -pero hoy tenemos un invitado . Mejor dicho, una digna invitada. No se merece que la hayas hecho esperar.
-¿Invitada?
El supremo hizo un ademán con la cabeza , señalando la habitación contigua que se hallaba a su derecha.
-La haré pasar. ¡Mi señora! -voceo- Kan ha llegado por fin.
Por la puerta apareció un mujer de aspecto muy joven. Pero de mirada muy vieja.Kan supuso que no aparentaba los años que tenía en realidad. Vestía un traje compuesto de tela ajustada, como si no quisiera que ninguna de sus curvas femeninas se disimulara con una prenda algo mas amplia.
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Los Guerreros de la Justicia
FantasyHistorias épicas que se desarrollan y entrelazan en un mundo lleno de discordia, traición y conspiraciones políticas.