CAPÍTULO 17: EL ENIGMA DE LA SANGRE

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Desperté por el fuerte dolor que mi cuerpo sentía del desfallecimiento. La incomodidad de ser cargada la podía notar.

Me costaba despejarme, saber donde me hayaba. Supongo que el olor ácido y los cristales rotos que se escucharon por los oscuros pasillos tendrían algo que ver con mi aturdimiento. Lo único que recordaba fue la traición del general y las frías palabras de Galatea.

¿Qué pasará conmigo? me pregunté. Las fuertes pisadas me advertían que la persona que me llevaba andaba arduamente y sin prisas. No abrí mis ojos por el miedo a saber lo que me pasaría si lo hacía.

Escuché voces, voces de otros idiomas. Por la pronunciación y la delicadeza de sus palabras debían de ser habitantes del Sur. Mi cuerpo estaba frío y no sentía el aire recorrer mi piel. Escuche el chirrido de algo hecho de hierro.

No pude escuchar más ya que el individuo me depositó en algo hecho de paja. No había sido pulida, por lo que sus ramas rasgaban mi piel en pequeños cortes.

Se alejó de mí y el chirrido del hierro retronó por la estancia. Hizo hueco. Probablemente residía en una cueva.

El cansancio y el agotamiento volvieron a golpearme. No tardé mucho en perder la conciencia.

---*---

Nuevos ruidos me volvieron a despertar. No eran chirridos ni sonidos molestos. Una conversación se cernía tras mis párpados, con delicadas entonaciones. El lenguaje extranjero era el mismo que había oído antes. Su timbre era el de una mujer y el de un hombre.

Abrí mis ojos e intenté moverme, mas desistí por el fuerte dolor que conllevaba.

Me hayaba en una celda, los barrotes frente a mis ojos eran la prueba. Paredes de una oscura cueva me rodeaban hasta la cabeza. Estaba recostada en un montículo de paja y cuatro cadenas aprisionaban mis brazos y piernas, incrustadas en la rugosa cueva.

Tras las rejas todo era distinto. Se veía cálido y acogedor, con una enorme fogata en el medio y muebles de madera oscura rodeandolo. Había cuadros y telas decorando las paredes, con tonalidades doradas y azuladas. Era la estancia para un Rey.

Posé mi vista en las dos figuras. No se habían dado cuenta de mi consciencia hasta que, repentinamente, solté un gemido de dolor que provocaban mi cuerpo magullado. La figura de la mujer danzó hasta la celda y pude adivinar por su inusual risa que era Galatea.

-Galatea...

-¡Ya estáis despierta! ¿Habéis tenido un dulce sueño?

-Vete...al infierno... -me costaba hablar. Un ardor en la garganta me quemaba cuando lo hacía.

Se puso en cuclillas y acunó su rostro en sus manos.

-Una señorita no debe usar tales palabras -su sonrisa mostraba que disfrutaba de mi sufrimiento- ¿No es cierto, príncipe?

La figura del hombre no respondió. Por la poca luz que recibía de mi prisión no apreciaba sus rasgos.

Volví a dirigirme a Galatea.

-¿Por qué...hacéis...esto?

Su sonrisa se amplió. Se levantó y sacudió su verdoso vestido.

-¿Tanto os interesa saber? No hay tal razón, simplemente opto por el más fuerte.

Paseó por la gran sala, sin preocupación ni tensión en su cuerpo.

-Estoy cansada de ser tratada con indiferencia por ser una bruja. De que no valoren mis sacrificios y sean otorgados a otros. Todo eso tarde o temprano tenía que terminar.

MATAR AL ALFA  [POR FINALIZAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora