CAPÍTULO 2. LA MATE DEL REY

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Mi cuerpo se siente cálido. Es extraño. En los libros y leyendas describen a La Muerte como una criatura fría y tenebrosa, un alma en pena encargada de llevar aquellas almas que salen de los cuerpos inertes que se quedan en el mundo terrenal.

Pero no me sentía vacía. Mi espíritu aún se encontraba en su cuerpo. Abrí los ojos pensando que sería un sueño, sin embargo, me ofrecieron la luz del sol y no a la temida oscuridad.

Seguía viva.

Estaba acostada en una cama, envuelta en una suave manta que me mantenía caliente. Me fuí incorporando un poco, pero el mínimo esfuerzo me dio un pinchazo en los brazos. Me observé ¿cómo es qué tenía prendas limpias? No tenía rastro de sangre de la batalla.

Me alarmé. Ignorando el dolor me incorporé de aquella cama. Ví la puerta y corrí hacía ella, pero sin explicación alguna me desplomé en el suelo. Busqué la causa de mi caída y la encontré en mi tobillo derecho. Una cadena de hierro me amarraba a los garrotes de la cama, impidiéndome avanzar. Intenté en vano quitármelo con las manos desesperadamente ¿Qué planeaban manteniéndome prisionera?

Pero no parecía estar en una celda del castillo. Era una hermosa estancia iluminada gracias a unas enormes ventanas, que dejaban pasar la luz del día a través de unas cortinas de seda. Los muebles estaban hechos de roble viejo, una madera muy cara en los mercados que sólo los nobles y burgueses se podían permitir.

Me sentía nerviosa y confusa ¿Qué pretendían dejándome aquí? ¿Querían algo de mí? Estaba confundida y alterada. Habría deseado que me hubieran matado, estar en el otro mundo con mis allegados. Por impulso llevé mi mano al cuello, y sentir el collar de plata que me dio Remen antes de morir. Me calmó, pero sin olvidar que esto era la cruda realidad.

Unos ruidos en la puerta me avisaron de que alguien iba a entrar y busqué por instinto un arma, pero todas las cosas estaban fuera de mi alcance. Me tiré en la cama tapándome con la manta. Hacerme la dormida era la única solución.

Una joven doncella entró trayendo consigo una bandeja que llevaba una jarra y un cuenco con paños. La colocó en la mesilla cerca de donde estaba. Sin que me mirara y en absoluta discreción observé lo que hacía. Cogió la jarra y volcó el agua en el cuenco. Después mojó las telas en el líquido y ya escurridas empezó a lavarme.

Estaba rígida. Debía de relajarme o me descubrirá. Quitó la manta y pasó el paño húmedo por mis brazos y piernas, subiendo con delicadeza la blanca blusa que tapaba mis intimidades solo para no mojarla. Cuando se puso con mi pierna derecha el agua entró en mis heridas abiertas y mi cuerpo reaccionó al dolor soltando un lamento, por lo que la doncella se apartó.

Ya había sido descubierta. Abrí mis ojos con temor y la miré con desafío, pero su gesto ante mí me confundió aún más.

-Veo que habéis despertado -dijo con una sonrisa e inclinando su rostro- Avisaré a su Majestad de vuestro despertad -y cogiendo la bandeja se marchó del cuarto ofreciéndome una reverencia.

¿Su Majestad? ¿El Rey? Mi ser empezó a temblar. El miedo volvía a mi rostro.

***

¿Cuándo iba a despertar? La espera de su consciencia me desesperaba. Habían pasado dos días desde que la conocí en ese infortunito asedio. Cuando nuestros ojos se cruzaron después que lo hicieran nuestras espadas, mi ser supo que era la elegida.

"Mate" gritaba mi lobo una y otra vez. Por sus ojos, unos hermosos ojos más azules que el cielo, cruzó un brillo extraño, sabiendo que su ser sintió lo mismo que yo. Cuando se desmayó rápidamente la cogí en brazos, y dando ordenes, los soldados limpiaron la sala de los cadáveres amontonados y las doncellas prepararon la habitación donde descansaba.

MATAR AL ALFA  [POR FINALIZAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora