CAPÍTULO 6. LA BRUJA DEL CASTILLO

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Ya ha pasado un mes desde que me confinaron en este castillo. Como la doncella del Rey he tenido que acompañarle a regañadientes en todas las reuniones con otros hombres lobos, hablando de estrategias de combate y de los refuerzos en las zonas del Sur. El Rey, aunque seguía las palabras de sus hombres, no me quitaba los ojos de encima en ningún segundo. Me colocaba en una columna de la pared ajena a sus conversaciones, mirándole con odio contenido. No soportaba quedarme a su lado pero no había otra opción; si no iba, él me buscaría y usaría su mano como si fueran esposas.

En este tiempo he intentado escapar dos veces de esta prisión, una en el cambio de guardia en un momento de incertidumbre y otra disfrazándome de hombre y tapando mi olor para que no descubrieran quien era. Lo máximo que llegue fue a las almenas cuando el Rey agarró mi cintura y como una bolsa de patatas me cargo en su brazo y de vuelta al castillo, sin oponerme ya que lo que hiciera sería inútil. Me había castigado esas dos veces durmiendo en sus aposentos, pero no me puso la mano encima ni una vez. Agradecía el gesto pero si creía que portándose como un caballero conmigo le iba a odiar menos y a quererle estaba equivocado.

Pensaba en como matarle en un momento de vacilación. Sin embargo no tenía oportunidades. Las veces que no me encontraba a su vera era escoltada por alguno de sus guardias o me acompañaba Alesa, y a ella no la iba a meter en problemas. Era la única en la que podía confiar en el castillo. Éramos las únicas humanas  del catillo y las demás sirvientas murmuraban a mis espaldas menos Alesa. Podía decirse que era mi amiga en vez de mi aliada.

En el castillo no había nada hecho de plata, ni siquiera la cubertería, y las armas convencionales no les hacían nada a los lobos. Sólo tenía el collar que me dio Remen antes de morir. En mis noches de soledad lloraba por ellos, recordando cada momento que pase con mis seres queridos y lo feliz que fui. Y pensar que ahora servía a su asesino me volvía impotente y detestable de mí misma.

***

Caminaba con Alesa en la planta baja llevando los manteles sucios en unas cestas de mimbre para limpiarlos en el lavadero, charlando de cualquier cosa para alejarme de mis pensamientos. El sol resplandecía en el cielo ofreciéndonos luz.

-Freya ¿tienes algún hermano? –preguntó Alesa con una gran sonrisa.

-No. Siempre quise tener un hermano menor para jugar con él, pero mi madre falleció cuando cumpli los siete años. Mi padre fue quien me crió en todo este tiempo.

-Lo siento Freya, debió ser muy duro para vosotros.

-Salimos adelante ¿Y tú tienes hermanos y hermanas?

-Tres hermanos pequeños y dos mayores. Soy la única mujer entre hombres en mi hogar. Al morir mis padres tuve que encargarme de todos ellos.

-Lo siento...

-No te preocupes tonta. Cuidar de esos demonios por hermanos me ha dado estos maravillosos músculos de acero -y mostrándome sus brazos nos empezamos a reír- a veces quise enterrarlos bajo tierra pero la verdad es que sin ellos no sabría que habría hecho.

-Les quieres mucho -dije con una sonrisa nostálgica.

-Sí...son pedantes pero se les quiere.

-¿Y ahora donde están?

-Como mercaderes en los pueblo del Este. Los mayores enseñan a los pequeños a trabajar y a valerse por sí mismos. Alguna vez recibo noticias de ellos y algún detalle de su parte.

-Suena muy bien...-ante un silencio entre nosotras tuve que preguntar- ¿Por qué no te fuiste con ellos Alesa? ¿Por qué estás aquí?

Siguió andando y mirando hacia delante sin contestarme, solo se escuchaban nuestras pisadas en el duro suelo de piedra. Al poco rato sus ojos miraron a los míos elevando la cabeza.

-Porque sabía que no podía estar siempre con ellos...aquí me tratan bien Freya, aunque no te lo creas. Aquí no es todo lo que parece...

Quise contestarla y replicar a su comentario pero al girar a la derecha choque con alguien y nos caímos al suelo, tirando las mantas. Rápidamente puse las telas en la cesta y a ayudar a esa persona.

-Lo lamento mucho.

-No te preocupes, no ha sido nada -dijo una voz femenina recogiendo sus pertenencias.

La miré fijamente. Era una mujer hermosa de piel blanca y ojos cristalinos parecidos a los míos. Su pelo era largo y de color blanco, extraño ya que podíamos tener la misma edad. Iba vestida con un vestido negro y morado que tapaba todo su cuerpo y rodeada de un montón de libros esparcidos por el suelo que recogía con cuidado.

Se percató de que la miraba y dejo de coger sus libros para centrarse en mí. Sus ojos me miraron sorprendidos, como si no se creyera lo que veía. Al poco rato me ofreció una sonrisa.

-¿No os habréis lastimado? -Me pregunto amablemente.

-No ¿Y vos? -dije con la misma amabilidad.

-Soy propensa a accidentes pero nunca me lastimo. Hace tiempo que no salgo de ese oscuro sótano y mis ojos ya no son como eran antes –río para ella misma  pero su rostro se volvió serio. Nos levantamos y mirándonos a Alesa y a mí nos habló-disculpadme por no haberme presentado. Mi nombre es Galatea, hija del brujo Murel de las tierras del Noroeste de este reino. Soy la bruja de este castillo.

¿Una bruja? Me quede sorprendida y a la vez mantuve mi guardia. Nunca conocí a una bruja en persona pero lo que leía de los libros de mi pueblo es que no eran de fiar y que eran malvadas.

-Yo me llamo Alesa y ella es Freya –me presentó Alesa ante la bruja.

Galatea me miró interesada.

-¿Con qué vos sois la mate del Rey Halek?

Mis ojos se abrieron ante la sorpresa. Odie que dijera el nombre del Rey, solo yo tenía permitido llamarlo así... ¿Qué me pasa? ¿Por qué pienso eso? Hice caso omiso de mis pensamientos y la respondí.

-Soy la doncella a cargo del Rey, no sé lo que es un Mate –dije con frialdad.

-¿Y estas interesada en saberlo? -dijo ampliando su sonrisa. La miré desconcertada, pero la verdad es que quería saber el significado de esa palabra. No había encontrado nada referente a los lobos en la biblioteca del Rey, todos esos libros eran poemas, historias de tierras lejanas o de estrategias. Desde que el Rey me lo dijo, mi conducta se había vuelto extraña, sin llegar a reconocerme.

-Pero antes acompañadme a que os limpie vuestra herida. No deseo que se os infecte -dijo señalando mi brazo, donde tenía un buen corte en el que salía sangre debido a la caída y al cortarme con algo afilado. No me había dado cuenta ya que no dolía.

-No os preocupéis. Puedo limpiármelo por mí misma.

-Insisto. Fue mi culpa de que tengáis esa herida. Además, puedo contestar a todas vuestras preguntas.

-Ve Freya, yo me encargo de vuestra tarea -cogió mi cesta y haciendo una reverencia a la bruja siguió caminando. Me quedé mirando la espalda de Alesa sin que se volteara hasta que desapareció por un pasillo. La bruja me pidió atención y yo la mire con desconfianza.

-¿Vamos? -volvió a preguntar la bruja ofreciéndome su mano.

No estaba segura de ir con ella. No tenía la costumbre de irme con el primer desconocido que se me presentará. Pero tenía muchas preguntas y dudas, y ella podía contestarlas y aclararlas. Con inseguridad tendí mi mano y toque su fría piel, parecida a la porcelana de los jarrones.

-Sígueme Freya- aligere su carga cogiendo alguno de sus libros tirados en el suelo, que por lo que vi tenían letras que desconocía, y jalando de mi mano la seguí a una zona del pasillo donde los rayos del sol no alcanzaban.

#Almena: Hueco que hay entre dos remates dentados en la parte superior de un muro. La función de las almenas era la protección de las habitantes de la plaza o de los asediantes o para contraatacar a los invasores que escalaban los muros. 

Aunque sea corto espero que os haya gustado el capitulo.

MATAR AL ALFA  [POR FINALIZAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora