CAPÍTULO 4. EL CASTIGO

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Después de unas horas con sus generales, caminábamos por el pasillo de la tercera planta del enorme castillo. Sus pasos eran firmes y los míos apresurados por cada zancada que daba. Tenía que sostener el bajo del vestido para no pisarlo y tropezarme.

Me enseñó algunas estancias. La cocina, los baños, algunas habitaciones y el jardín, en que si me portaba bien tenía permitido estar ahí un lapsus de tiempo. Si pensaba que el cuarto en el que estaba era mi prisión este castillo era mi jaula. Inspeccioné si había alguna salida por la que escapar, pero no encontraba ninguna. Todas las ventanas eran pequeñas para que entrara mi cuerpo o había rejas en ellas.

Andábamos en silencio. Pero el Rey quería charlar conmigo.

-Habladme de vos.

-¿Qué queréis saber?-dije sin mucho entusiasmo.

-Cosas sobre ti -dijo quitando en esa frase la formalidad. Miré su espalda, pensando en lo que podría decir. Suspiré buscando algún tema que tratar.

-Uhm...tengo 25 años. Siempre he sido una de clase media-baja...-no interrumpió lo que decía. Escuchaba atentamente mis palabras, por lo que proseguí diciendo cualquier cosa...cualquiera que fuera trivial- Mi comida preferida es el pollo asado,...mi color favorito...es el... violeta, como las petunias de mi pueblo...

-¿Son tus flores favoritas? -dijo sin mirarme. Me sonrojé un poco y miré al suelo de piedra.

-Sí...lo son. Pueden que no lleguen a compararse con las rosas, pero son igualmente de hermosas...

El Rey rió y miré su espalda enfadada. Nos quedamos en silencio sin ganas de hablar de más. Más adelante había un balcón que daba al exterior. Observé por las ventanas que no estaba vigilado y para mi sorpresa debajo de él había carros llenos de paja. Si saltaba desde el balcón y aterrizaba ahí sin que se diera cuenta podía camuflarme con la paja. Taparía mi olor y escaparía del castillo sin ser descubierta.

Solo tenía un inconveniente.

Tendría que distraer al Rey con algo para que no se diera cuenta que no estaba detrás suya en siete segundos, suficientes para saltar y esconderme en la paja.

-Habladme de vos.

Giró su cabeza sorprendido y le ofrecí una falsa sonrisa de interés.

-¿Qué queréis saber?

-De lo que sea...Halek -amplíe mi sonrisa intentando que sea creíble. Volvió a mirar hacia delante y a hablar de sí mismo, siendo un egocéntrico.

-Soy el máximo Alfa de todos los lobos con solo 247 años, que a humanos sería unos...treinta. Soy hijo único...uhm...me gusta la música y leer y...me gusta los bollos de este pueblo -y siguió hablando de lo primero que se le pasaba por la cabeza. Ya estábamos al lado de la terraza cuando le observé ensimismado en su charla. Corrí sin hacer ruido.

Faltaba muy poco. El sol estaba entre las montañas por lo que la luz no me molestaba. Llegué al balcón y me subí dispuesta para tirarme encima de aquellos carros que nadie vigilaba. Salté de cabeza hacia ellos.

Pero algo detuvo mi caída. Quedé tendida en el aire y la falda del vestido tapó mi rostro. Me la coloqué ocultando mis íntimas prendas y miré la causa. La sangre se me quedó congelada y mi cara palideció.

El Rey agarraba mi tobillo sin esfuerzo ante mi peso. La luz del sol le dio por detrás y cegó mis ojos un momento, para poder ver al acostumbrarme del brillo del sol unos ojos rojos mirándome enfadados y en cólera. Quise removerme de su agarré, pero mis piernas no obedecían. Su sonrisa diabólica apareció al ver lo asustada que estaba.

MATAR AL ALFA  [POR FINALIZAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora