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Dos semanas en Saint Jude habían sido suficiente para adaptarse y conocer el lugar. Para su buena suerte, no todas las Hermanas que cuidaban el lugar eran serias y distantes, algunas pocas se llevaban bien con las jovencitas y pasaban tiempo con ellas. Aún así, durante las noches se sentía muy solitario, le costaba conciliar el sueño. Muchas veces se ocultaba bajo las grandes mantas y dejaba que sus manos se iluminaran con la peculiar luz blanca que su cuerpo era capaz de desprender. De algún modo u otro, aquello le recordaba que en alguna parte del mundo, su hermana estaba unida a ella, para bien o para mal.

Nunca había descubierto la cantidad de energía que su cuerpo era capaz de almacenar y usar, nunca había tenido la oportunidad de poder desarrollar sus poderes ya que tenía miedo no poder ocultarlos. Pero durante las noches, cada vez se le hacía más necesario iluminar sus brazos para sentir alguna clase de compañía lejana.

Al despertar aquella mañana, las Hermanas comentaron que le tocaba hacer el almuerzo para todas dentro de Saint Jude. Por eso se encontraba en el mercado junto a Julia y Martha, quienes trabajarían con ella aquel día.

Debía admitir que Julia era molesta y tenía una voz bastante aguda que la ponía nerviosa, pero Martha era todo lo contrario y parecía comprender que Melody no quería permanecer mucho con ella, por lo que la tomaba del brazo y la llevaba más adelante, mostrándole las distintas especias que vendían en la zona de mercados con cierta emoción. La pelirroja había comentado que nunca había estado en Brooklyn, por lo que parecían pensar que ella era de otro mundo donde no conocía mucho de lo que allí ocurría.

Se detuvieron para apreciar unos segundos las verduras en una esquina, según Julia, allí no eran la gran cosa y debían seguir caminando, pero a pesar de sus protestas, Martha compró algunas zanahorias que para ella se veían increíbles.

El camino siguió más o menos igual, Martha la alejaba de Julia cada vez que tenía oportunidad, y la rubia se quejaba cada vez que abría sus labios rosados. Melody intentó no prestarle atención, pero algunas veces no podía evitar rodar los ojos con molestia sin que ella se diera cuenta.

La morocha se detuvo frente a una tienda de vestidos, en la vidriera presentaban unos muy bellos en tonos pastel. Debía admitir que le llamaban la atención, aunque no sólo no tenía el dinero para comprarlo en aquel momento, sino que tampoco tenía espacio para cargar con un vestido más alrededor del mundo.

Bajó la vista un poco incómoda al recordar aquel detalle, centrándose en la acera. Martha apreciaba los vestidos con entusiasmo, y movía la falda del que llevaba en aquel momento como si estuviera imaginando la tela celeste ante ella sobre su propio cuerpo. Miró a su compañera con una pequeña sonrisa en sus labios, Martha sin duda era alguien especial, tenía un alma libre y fuerte, era carismática con todo aquel que le hablara.

Le recordó a sí misma a los diecisiete años de edad, ayudando a su madre en la casa y huyendo de sus ojos para hablar con William, quien a su vez huía de su casa para visitarla por las tardes, aunque no era debido en aquel entonces.

Iridescent [Bucky Barnes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora