Capítulo 9: Bigote

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Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo me adjudico la historia, prohibida su publicación en otros sitios sin mi consentimiento.   

Bella subió a la habitación, cada vez que se alejaba más de sus hombrecitos, se iba derrumbando poco a poco y para cuando llego a su habitación las primeras lágrimas estaban saliendo a la luz.


¿Por qué cuando todo parecía más tranquilo volvían a aparecer ellos?. Tomé aquella fotografía que estaba en mi mesita de noche, aquella foto tomada por Charlie, fue la primera fotografía de Chris  unas horas después de haber nacido. En ella aparecía yo, aun con la bata del hospital mirando  embelesada a  un pequeño bultito enredado en una frazada azul de cochecitos que estaba entre mis brazos. 

Estaba sentada en el lujoso sillón de cuero negro del departamento-mansión de Alec, mi novio. El estaba estudiando Arquitectura y era mayor que yo dos años, sus padres eran muy ricos, ellos le habían regalado ese departamento, se podría decir que ya tenía la vida asegurada.

—Cariño, toma tu té —Alec apareció frente a mí con un vaso de té helado, mientras el se sentó a un lado de mi con su copa de vino tinto. Me abrazó por los hombros y me acercó a él.

—Gracias —lo tomé entre mis manos y di un gran sorbo, tenía la garganta seca. Era hora de decir la verdad. Sentía que el bolso que estaba a mi lado estaba a metros de distancia de mí.

— ¿Segura que no quieres una copa de vino?

—Segura. —Sabía a donde nos llevaría esa copa de vino, a un lugar de su habitación, además necesitaba estar sobria para la noticia que le iba a dar.

—Estas muy tensa— Alec empezó a pasar su nariz acariciándome la mejilla, pronto los roces se convirtieron en besos por mi mejilla mi oreja y mi cuello. Alec giró mi rostro y me besó, desesperado dándome a entender lo que quería, los nervios no me dejaron seguirle el ritmo.

—Alec —intenté detenerlo, pero él me volvió a besar, esta vez sí le correspondí, se separó de mi y se quito la camisa. Se subió al sillón e hizo lo mismo conmigo, me volvió a besa frenéticamente mientras sus manos se fueron a mi blusa intentando quitarla, yo me tensé —Alec espera, necesito decirte algo. —me separé completamente de él.

— ¿Que pasa nena? Lo que sea puede esperar. —intentó volver acercarse a mí, me separé de él, se sentó molesto en el sillón con los brazos cruzados, bufó.

—Necesito decirte algo —hablé nerviosa, a partir de ahora nuestro futuro cambiaria.

—Pero si es algo tonto de la universidad puede esperar —habló aburrido.

Me giré hacia mi bolso y lo abrí, sentí que tenia metros y metros de profundidad y que las dos pruebas que traía conmigo estaban hasta el fondo. Las toque con las manos, ahí estaban las pruebas, las pruebas que había revisado cuatro veces si las traía conmigo, dos al salir de casa y dos veces al llegar al departamento después de ocho intentos de tocar la puerta y quedarme con la mano suspendida.

Saqué la primera prueba, un sobre amarillo con los análisis, la puse sobre mis piernas.

— ¿Estas enferma?

Negué con la cabeza, mientras seguía escondiendo la cabeza casi dentro del bolso, tomé la segunda prueba, aquel bastoncito que me confirmó todo por primera instancia. Escondí la prueba bajo mi manga.

—No, no es eso.

— ¿Entonces qué es?—le extendí el sobre amarillo y él lo vió con curiosidad. Mi corazón latía furiosamente. Alec me miró receloso mientras tomaba el sobre y lo abría, aunque fueron unos segundos para mi fueron como horas, leyó lentamente toda la hoja hasta al final para leer el resultado que yo me sabía de memoria.

El pequeño de mamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora