Capitulo III

742 55 8
                                    

Ansiaba igualmente ver a mi madre. Pero teniendo en frente a mi padre quería abrazarlo, hundirme en su pecho. Hablarle, hablar tanto, llorar y reír para compensar todos estos años que jamás serían devueltos. Mimarlo como él lo hubiera hecho conmigo si hubiera estado a mi lado, vivo. Compartir historias y de lo que más tenía ganas era escuchar su voz, diciéndome que él estaba conmigo. Que nunca se había ido.

Un torrente de emociones me recorrían todo el cuerpo, me costaba respirar y mi corazón late a una velocidad antinatural. Las lágrimas inundan mi visión y el nudo en mi garganta quema hasta el punto de calentarme el pecho. Había tantas cosas que quería decir, tantos sentimientos que remolinaban en mi pecho.

Por alguna razón me sentía feliz y triste a la vez. Afligida por el hecho de que sea un adolecente de mala conducta y extremadamente feliz de poder ver a mi padre por primera vez.

Un sermón estaba en mi lista de cosas que quería hacer con el. Esos sermones de los que te dan los padres cuando intentan explicarte que algo es bueno para ti.

Soy consciente que muchos adolescentes de mi edad no les agradan sus padres. No hacían nada por ellos y les llevaban la contra solo por no hacer lo que ellos les pedían o incluso solo por no querer pensar igual que ellos. Por no darles la razón. No aprecian nada de lo que hacen por ellos porque no saben el sacrificio que ellos hacen por ellos –o la mayoría de los padres –, porque no saben que es no tener padres. No saben lo que es no tenerlos a tu lado. Y eso me ponía la varita en un nudo.

Me hubiera encantado tener sus sermones, las charlas, su calor. No saben lo que no es poder recordar su voz, sus manías.

No había peor sentimiento que el ardor en el pecho que yo y Harry hemos sentido todos estos años. El agujero sin llenar, sentirme miserable, porque así me sentía. Los niños que vivieron. Era absurdo, nos adulaban, algunos nos amaban y querían ser nosotros y otros nos odiaban por lo anterior. Mataron a nuestros padres, fue casualidad de que no hayamos muerto. Pero no saben que al menos de mi parte, admiran a una persona incompleta sentimentalmente, a alguien que ha tenido un agujero toda su vida. A alguien que ha vivido con puro dolor. La muerte nos acecha en cada esquina y no se lo deseo a nadie. Esta vez me había ganado, no la había podido burlar.

Las emociones podían conmigo, ahora como nunca antes. Solloce. No pude controlarlo, comencé a llorar a moco tendido, como quien dice.

Abrace a mi padre y el no correspondió. Algo se me rompió por dentro y un nudo de dolor, pero a la vez felicidad se situó en mi garganta.

-Esta helada. – comento.

James poso sus manos en mis caderas e intento alejarme, a su vez yo me aferre más a él. No quería soltarlo, no podía. Era como si tomara fuerzas, como si me devolviera una felicidad que no había sentido en mucho tiempo.

-Canuto. – llamo. – Ayúdame.

Sirius ayudo a mi padre para alejarme de él y me sentí abandonada a pesar de saber que él no tenía la culpa. No sabía quién era yo y eso me destrozaba por dentro. ¿Por qué no me devolvió el abrazo como lo había hecho Sirius? No era mucho pedir.

Me abrace a mí misma intentando calentarme, intentando que mis piezas no se desmoronaran. No quería perderlo de nuevo. Me abrace como si al hacerlo estuviera evitando lo inevitable, evitando que pequeñas partes de mí se regaran por el piso, evitando romperme.

Intente no mirarlo en vano. Se notaba incómodo y yo me sentía avergonzada.

-L-lo lamento. – me disculpe entre el llanto. – Yo no...- no pude terminar.

SOULLESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora