Capitulo IV

661 55 8
                                    

Dumbledore me miro desde su asiento al otro lado de la habitación. No me animaba a acercarme, no con mi estado. No confiaba en mi misma y en la necesidad de sangre que me abarcaba. Pude oler su nerviosismo, aunque no lo demostrara.

-Es muy complejo lo que me estas planteando, ______. Pero veo que sabes mucho sobre esto. – asentí.

Durante mucho tiempo había querido que Edward me convirtiese. Simplemente me aterraba la idea de que mi vida pasara, acabara y que ya no pudiese estar a su lado. Ya sea por un accidente, una enfermedad o la vejes. En algún punto de mi vida de "humana" me alejaría del camino de mi amado.

Aborrecía la idea de perderlo. Él no quería convertirme porque perdería la esencia de la vida, me condenaría a vivir sin alma por la eternidad, vería morir a mis familiares uno a uno, a mis seres queridos y a ser una asesina para alimentar mi instinto animal.

Pero yo estaba dispuesta a pasar por eso por él. Quería pasar mi eternidad con él. Siendo una Cullen, siendo vampiro. No quería que se preocupase de romperme cada vez que me tocaba, no quería tenerlo al borde del abismo por mi sangre. Quería estar con él para siempre.

Se me hizo un nudo en la garganta al recordarlo, mis ojos picaron. Ahora entendía que él me había dejado, por mi bien, para no lastimarme. Para darme una vida normal.

Pero mi vida nunca sería como el estereotipo de vida humana que él pensaba que tendría. Y eso es algo que jamás le pude explicar.

Él ahora estaba con Voldemort. Estaba en sus filas y eso me rompía a pedazos. Convirtiendo mi mente en un lugar confuso y oscuro. No podía pensar en aquello sin llorar, sin imaginar cómo hubiera sido si le hubiera dicho quién era realmente. Quizás, solo quizás, hubiera acabado de forma diferente.

Ahora entendía su desesperación por mi sangre. Ahora podía entender porque le temía tanto a acercarse, a tocarme. La piel humana me resultaba ahora una estufa. Caliente y deliciosa. El fluido rojo convertía a los humanos en una antorcha en el medio de la oscuridad para los que eran como yo. O mejor dicho, en lo que me estaba convirtiendo.

Y ese era el problema.

Ahora era un prototipo de neófita. Cada día me convertía más, lo cual era inusual. Había muerto, claro. Pero nada explicaba porque no había despertado en el patio siendo una completa neófita. ¿Por qué me convertía de a poco? ¿Quién me convirtió?

Me sentía mal por haber forzado a Edward al principio. El ni siquiera me tocaba la mano por miedo a que el monstruo se apoderara de él.

Se hacían llamar a sí mismos vegetarianos, como una broma privada. Ya que solo tomaban sangre de animal, a pesar que no te llenaba del todo como la sangre de humano. Tampoco te daba la fuerza que te proporcionaba la sangre humana.

Mire el arrugado cuello de Dumbledore y escuche el latido de su viejo corazón.

Usualmente la sangre que sabía y olía mejor era la de los jóvenes, la nueva, pero yo aún no la probaba. No he bebido de ningún tipo de sangre. Pero como primera vez, la sangre de un hombre avanzado podría saber deliciosa. Mucho más que la sangre animal.

Podría beber de su sangre. Con mi velocidad solo me tomaría un segundo atravesar la habitación y romper su cuello. Su sangre estaría caliente y saciaría mi sed.

Sentí un extraño placer al imaginarme su sangre bajando por mi garganta. Mi boca se llenó de ponzoña y si tuviera un corazón latente, este se me hubiera acelerado. Inspire por la nariz y el olor de aquel señor me nublo la mente.

Un golpe bajo para el mundo mágico, podía admitirlo. Me obligue a creer que matar a Dumbledore no cambiara mucho el futuro. Me obligue a creer que él no era importante y que su muerte por mi propia mano de obra no me destrozaría luego.

SOULLESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora