Son las cuatro de la mañana. Ya te has ido a dormir, tu alma no aguantaba más mis discordias. Mis lágrimas resbalaban sobre la pantalla mientras te decía que estaba bien, que podías acostarte sin problemas, que no te preocupases. No me crees, pero decides hacerme caso.
Ahora estoy solo, más que de costumbre, aquí, lejos de ti, lejos de mí, lejos de ser feliz. Todo lo que me queda es un teléfono móvil con una batería envejecida y esta cama tan vacía.