Puede que a veces exageremos las cosas.
Es cierto que si nuestras facultades no rinden al máximo, quién sabe si interpretamos mal nuestro entorno.
Estar deprimido, enfadado o desilusionado no son maneras objetivas de estudiar ninguna situación. Y en mi caso, esto significa que pocas oportunidades tendré para debatir conmigo mismo lo que realmente vale la pena. Es por todo esto que aprovecho los pequeños momentos de cordura que me invaden de improviso para remasterizar mis ideas, filtrarlas y aclararlas. Profundizar más en ellas.
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Las relaciones a distancia no suelen resultar sencillas. Son frecuentes la nostalgia, la impotencia, o en casos agudos, la desesperación. Nadie dijo que sería fácil jugar a quererse incluso sin tenerse. A nadie le gusta jugar solo a juegos hechos para dos.
Pero no son todo puntos negativos. No puede ser todo negro si esa distancia termina en algún momento, si esos quilómetros se desvanecen y quedan escasos centímetros entre vuestra piel. Ese instante en el que toman contacto vuestros cuerpos, y se erizan hasta las pecas; ese momento en el que las miradas se cruzan y las sonrisas se compenetran; ese segundo, casi eterno, en el que vuestro abrazo se convierte en hogar... Justo ahí, cuando piensas y recuerdas que todo ha terminado; la espera, la distancia, se han reducido a cero; volvéis a ser uno, y esta vez, para siempre...
La espera que supone vivir lejos de tu ser más preciado puede ser larga, tediosa, cansada... e insignificante, cuando todo ha llegado a su fin.
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Justo al final de la espera, te abrazaré tan fuerte que nunca me habré ido.