Capítulo 27: La Isla

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Marcus se convirtió en una grata compañía los primeros días que Kurtis pasó en la cárcel. No le tocaron aún. Pero tampoco bajaron a dejar comida.

- Te matarán de hambre primero.- terció el anciano – Y cuando el cuero de tus botas empiece a resultarte apetitoso, empezará lo bueno de verdad.

Él sabía mucho de lo que ocurría en la Isla. Lo sabía prácticamente todo, excepto dónde estaba situado aquel farallón rocoso perdido de la mano de Dios. A juzgar por el clima, en el Mediterráneo... pero el mar era muy vasto.

Al atardecer del segundo día (ellos no lo sabían ya que vivían en una sombra permanente), se desató una tormenta. Los truenos resonaban dentro de la caverna del acantilado, desgarrando los oídos de los dos presos, y al cabo de un rato, el oleaje empezó a inundar las celdas, tal y como Marcus anunció. El agua fría y espumosa fue subiendo de nivel... y cuando ya les llegó al cuello (al cuello de Kurtis, el pobre Marcus hacía rato que flotaba), tuvieron que agarrarse a la parte más alta de los barrotes y luchar contra la corriente y el peso de las cadenas, que pugnaban por arrastrarlos al fondo. Durante todo el rato que duró la angustiosa lucha (horas, quizá) Kurtis llegó a temer que el agua les cubriera por completo, pero no lo hizo.

- ¡Qué va! – dijo Marcus, escupiendo agua tras hundirse por enésima vez y ser rescatado de un tirón por Kurtis, a través de los barrotes - ¡Esos cabrones lo tienen muy bien calculado! A partir de esto la el agua se nivela y no sube más. ¡Y gracias porque los tiburones no entren aquí!

Pero Kurtis, que notaba la sal del agua en cada una de sus heridas, no tenía tiempo para preocuparse por los tiburones. Por lo menos aquel horrible dolor significaba que cicatrizarían antes.

Horas después, el nivel del agua bajaba y la marea se retiraba, dejándolos empapados y tiritando de frío. Kurtis empezó a sacarse las vendas mojadas de los brazos porque no resistía ya el escozor. Entraba ya algo de luz (parecía haberse hecho de día) en las celdas y Marcus se quedó observando los horribles cortes.

- ¡Santa Luz! ¿Cómo te has hecho eso?

- Me ataron con hilo de alambre, y me solté.

- Pues hijo, estás como una cabra. Podrías haberte quedado sin brazos. Y ya ves, de todos modos has acabado aquí... – bajó la voz – Sí, todos hemos acabado aquí.

Se sentó en un rincón de su celda, chapoteando en el suelo mojado, y empezó a rascarse una llaga que tenía cerca del hombro. Kurtis forzó la vista a través de la semipenumbra y alcanzó a ver una extraña marca en el hombro.

- ¿Qué es eso, anciano? ¿Un tatuaje?

Marcus sonrió y se acercó para enseñárselo.

- Hubo un tiempo en que este Símbolo era mi vida entera... ahora, es sólo un pasaporte hacia el final.

Kurtis volvió a mirar aquel símbolo, y entonces se echó a reír en voz baja.

- ¡No puede ser!

- ¿Cómo?

El hombre alzó la vista y señaló hacia el tatuaje:

 Si yo te dijera Luceat eais in materia virentis, tú deberías continuar...

- ... volare incipit ab initio ad scopus, maxima vires ad incrementum. – terminó Marcus, mirándolo estupefacto.

Se quedó mirando con expresión estúpida a Kurtis, que seguía riéndose.

- ¡Pero... yo creía que era el último! – farfulló.

- Y yo que era el último.- contestó el otro con calma – ¿Qué eres, Sanador o Luchador?

Tomb Raider: El Cetro de LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora