Epílogo: Anna

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Marie Cornel salió de la tienda y oteó apesadumbrada el desolado paisaje. No hacía ni un día que Lara había desaparecido, siguiendo a Kurtis, a través de las ruinas que fueran el templo de la Sybilla. No sabía nada y dudaba que llegara a tener noticia de lo que iba a pasar, o pasaría aquel instante, pero su experiencia vital no le auguraba nada bueno.

Suspirando, dio media vuelta y se disponía a entrar de nuevo en la tienda, donde Radha la esperaba dormitando, cuando de repente algo captó su atención por el rabillo del ojo.

Una figura salió de entre las ruinas y se acercó lenta, pausadamente. Iba envuelta en una especie de tela rota, que parecía haber cogido de cualquier parte, y llevaba en sus brazos un cuerpo también envuelto en un ropaje similar. Cuando los tuvo lo suficiente cerca como para reconocerlos, Marie salió a la carrera y los alcanzó.

- ¡Kurtis! – exclamó, y lo agarró con fuerza del brazo - ¿Qué...?

Durante un momento, se quedó tan sorprendida por la aparición, que no se dio cuenta de que, al tocarlo, no sintió la calidez propia del cuerpo de su hijo, la temperatura más elevada de lo normal respecto al común de los mortales, consecuencia de su don. Tampoco se dio cuenta de que estaba más bien frío, helado, y que casi tiritaba.

La figura que llevaba en brazos, envuelta, tenía la cabeza apoyada contra su pecho y estaba inmóvil. Retiró la tela que la cubría y descubrió el rostro familiar, relajado, medio cubierto por una larga y espesa cabellera castaña.

- ¿Qué le ocurre a Lara? – murmuró, pero sin esperar una respuesta, comprobó el pulso en el cuello y la respiración. Parecía estar bien, pero...

- Sólo está dormida.- respondió Kurtis, lacónicamente. – De momento no despertará, y es mejor no molestarla.

Entonces cayó en la cuenta de que el hombre estaba tiritando de frío. Marie le miró, boquiabierta.

- ¿Tienes frío? – balbuceó - ¿Tú? Pero eso no puede ser...

- No importa ahora.- respondió él, y echó a andar en dirección a la tienda. Ajeno a las preguntas y protestas de su madre, y a la mirada sorprendida y vivaz de Radha, entró en la tienda, acostó a Lara sobre uno de los catres y la arropó bien con la tela que había usado para envolverla, porque – ahora se dieron cuenta – iba desnuda debajo, como él.

Luego se giró y se dejó caer en una asiento cercano, sin mediar palabra.

- ¡Por todos los espíritus! – gritó Marie, exasperada - ¿Qué os ha ocurrido?

Él la miró fijamente durante unos instantes. Estaba helado, muy helado. Y también parecía sorprendentemente joven. Observó, atónita, que las marcas de la edad, el pesar, y hasta las antiguas cicatrices, como la que le cruzaba el ojo, habían desaparecido. Parecía que tuviese diez años menos. Y temblaba de frío, aunque estaban en el desierto y se había elevado el sol.

- Estamos bien. – se limitó a añadir – Los tres.

(...)

Horas después, cuando Lara abría los ojos y volvía al mundo que había abandonado, sana, salva y con un vacío en la memoria que no sabía llenar, otra figura surgió de entre las ruinas, vestida también con lo que pudo encontrar. Salió tambaleante, aturdida por los sonidos y sensaciones del mundo, que empezaba a sentir de un modo diferente. Desplomada en la arena, buscó algo con lo que herirse, y tomando una piedra afilada, se hizo un corte en el antebrazo. Un dolor punzante, nuevo, le atravesó la piel, y entonces la sangre, roja, cálida y brillante, fluyó de la herida, que no curó enseguida, como había esperado.

Doblándose sobre sí misma, gritó.

(...)

- Estás frío.

Tomb Raider: El Cetro de LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora