Capítulo 46: Lágrimas de sangre

64 3 0
                                    

Kurtis alzó la vista. A su lado había un hombre que aparentaba unos cincuenta años de edad, y que iba cubierto por una túnica negra con capucha, por lo que sólo le veía el rostro, rostro que en su día debió ser muy atractivo, pero que estaba surcado por profundas líneas de expresión que delataban un carácter dominante. El cabello, como la leve barba, eran canos, pero los ojos que le escrutaban eran de un intensísimo, inconfundible, color azul.

Una mano fuerte, nervuda, le aferró el hombro al tiempo que le arrebata el Chirugai de unos dedos que se habían quedado sin fuerzas. Su tacto era asombrosamente real y consistente.

Esto no te lo di para que te cortaras la cabeza, como bien recordarás.

- Vaya, tú por aquí.- murmuró Kurtis, sonriendo levemente.

Parece que he llegado a tiempo, dijo Konstantin, sin mover los labios, como parecían hablar todos los muertos en aquel lugar.

El Luchador se incorporó, mirando inquisitivamente a su hijo. Conservaba la misma expresión severa e inflexible que le recordaba.

- No me haces ningún favor.- masculló Kurtis.

Por la Luz, Kurtis. No has llegado tan lejos para acabar así.

Kurtis se incorporó, pero de nuevo el dolor del pie lo obligó a sentarse.

- No sabes nada.- masculló – No tienes ni idea de lo que he resistido.

Los Lux Veritatis somos mártires. Hemos nacido para sufrir.

- ¡Al carajo con esa mierda! – estalló Kurtis, atravesándolo con la mirada.

Cuidado con esa lengua, jovencito.

- Yo ya no soy tu marioneta, padre. – le giró la cara – Si has venido a soltarme un discurso sobre la causa de la Orden, puedes volver a descansar.

Se dobló sobre sí mismo y hundió la cabeza entre los brazos. Estaba agotado, demasiado agotado. Konstantin apretó el Chirugai en la mano y fijó la vista en el horizonte.

Sé que soportas una carga muy pesada, Kurtis.

- ¿Una carga muy pesada? – él soltó una risa amarga – He sacrificado mi juventud y mi vida. Tengo 35 años y estoy acabado.

Lo sé, pero aún queda algo más por hacer. Tú lo sabes...

- ¿A qué has venido? – cortó él.

Primero, he venido a evitar que cometieras una estupidez. Y segundo, a guiarte hijo, porque estás absolutamente perdido. A ayudarte a evitar el desastre que se avecina. Apenas llegué a conocerte y nunca nos llevamos bien, pero eres mi hijo, portas mi sangre en tus venas y eres el Luchador más fuerte que jamás haya nacido.

- ¡Oh, sí, claro! – se rió Kurtis con sarcasmo.

Y además, hubo un tiempo en que quisiste vengarme. Salvaste la vida de tu madre y siempre has luchado contra los demonios. Estoy en deuda contigo.

- Lo que he hecho, lo he hecho porque no tenía otra salida. No soy el héroe que queríais. De forma que déjame en paz, porque quiero morir y me estorbas.

La mujer que amas está aquí, en la Vorágine.

Transcurrió un momento de silencio, en el que Kurtis miró a su padre, con una expresión impenetrable. Cualquiera que hubiese visto ese rostro hubiera dado por sentado que a Kurtis le importaba un comino lo que acababa de oír, pero Konstantin conocía bien esa expresión, que era similar a la suya, y que él adoptaba cuando por dentro sus últimas fuerzas se iban desmoronando, bajo una aparente tranquilidad.

Tomb Raider: El Cetro de LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora