Capítulo 37: Camino de Damasco

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- Como sabéis – prosiguió Marcus – la Orden a la que pertenezco ha muerto, en razón de que sólo sobreviven dos de sus miembros, uno Sanador, pero muy anciano ya y al que sospecho le queda poco de vida, y otro Luchador pero que no se puso jamás al servicio de la Orden y por tanto es casi como si no contara. Sin embargo, existe la posibilidad de que la Orden pueda renacer.

Los monjes, que aquel día parecían más cotorras de jungla que una comunidad silenciosa de religiosos, estallaron de nuevo en murmullos. No era para menos. Durante siglos, y aunque no siempre habían corrido peligro, la Lux Veritatis había sido garante de la paz y la estabilidad de la comunidad, así como del mundo entero, aunque muy pocos (y era lo que convenía) eran conscientes de tal sacrificio. La guerra entre mortales y demonios se había llevado a escondidas pero había acabado por devastar a los que por naturaleza, y por muchos Dones de que andaran dotados, al final habían acabado por sucumbir bajo criaturas que les superaban en número y en maldad, por si no era ya suficiente tener que enfrentarse al Alquimista Oscuro y a los últimos Nephilim.

Claro que éstos, exceptuando los demonios, que siempre proliferarían, a menos que las puertas de la Vorágine se cerraran, ya había sido derrotados, pero, ¡a qué precio!

- ¿Habéis descubierto algún mortal dotado con el Don? – preguntó el sacristán.

- No, hermano. Las probabilidades de que eso suceda son ínfimas. El Don se hereda de padres a hijos y no surge espontáneamente en nadie. A lo que yo me refería es que la señorita Croft está embarazada, y el hijo que espera es del hermano Kurtis.

El tumulto que se organizó entonces fue tremendo. Algunos empezaron a hablar y a gritar a la vez, y Marcus retrocedió con un gesto de desagrado, que aquello parecía un mercado.

- Siempre dije que esa mujer era una ramera.- oyó que comentaba sarcásticamente el novicio Pancratios, comentario que acabó de sacar de sus casillas al anciano Sanador.

- ¡Basta, hermanos! – gritó, alzando los brazos. Los monjes callaron – Si creéis que he venido aquí a contaros un cotilleo, erráis. Las consideraciones morales y cristianas y las opiniones que os merezca tal tipo de unión no vienen al caso. Os lo digo porque quiero pediros ayuda, ya que pese a ser una comunidad de religiosos orantes, disponéis de recursos especiales con los que no cuento.

Tras unos instantes de silencio, en el que todos le miraron expectantes.

- Si la criatura sobrevive a lo que le espera a sus padres, cosa que deseo con toda mi alma y por la que todos debemos rezar, es posible que o bien nazca niño o niña. Si es una niña, nada cambiará, porque como sabéis las mujeres rara vez han heredado el Don, pero si es niño...

La frase quedó en el aire. Esta vez nadie murmuró.

- Creo que podéis imaginar, hermanos, cómo sería un hijo varón del hijo de Konstantin, del nieto de Gerhardt, los dos Lux Veritatis más poderosos que ha conocido la Orden. El hermano Kurtis es ya todo un prodigio aunque ha elegido desperdiciarse, quizá porque no es consciente del gran poder que tiene, o porque no quiere usarlo. Semejante desperdicio ha sido más que un insulto a nuestro legado y la sangre de los que han muerto. Hermanos, no debemos permitir que lo mismo suceda con su hijo.

Marcus avanzó dos pasos y paseó su dura mirada por la concurrencia que le atendía. Pese a su ancianidad y el tiempo que había pasado en la cárcel, seguía teniendo una oratoria magnífica y su expresión severa contribuía a imponer respeto.

- ¡Perdimos al padre, no perderemos al hijo! Ese niño debe marcar el inicio de una nueva Orden. De lo contrario podemos dar por perdida a la humanidad, ¿quién combatirá si no a los demonios? Es una señal, es el mesías que esperábamos.

Tomb Raider: El Cetro de LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora