Envuelto en silencio, Samael el Caído miraba la vacía oscuridad.
Era el ente más antiguo del planeta. Hacía milenios que recorriera el camino de las alturas hasta los abismos. Fue una caída eterna, dura. A cada palmo que lo arrancaba del lugar de los ángeles y lo llevaba hacia el vacío, una parte de él se desgarraba, se desintegraba.
Con todo, no murió. No desapareció. Era un ángel, y los ángeles no mueren.
Pero con qué vivida nitidez recordaba los tiempos en que era el más hermoso, en más luminoso de todos los ángeles. También el más despierto. Y sí, seguía siendo hermoso. La derrota no le había convertido en el engendro horrible de patas de cabra y cuernos retorcidos que los cristianos se imaginaban.
Satanás. Así le llamaban. Satanás. A Él ese nombre no le decía nada, lo mismo que los otros nombres que recibía, una larga lista interminable... Belcebú, Lucifer...
Él era Samael, el Luminoso. Y aunque llevara tanto tiempo morando en las tinieblas, seguía siendo hermoso, seguía estando lleno de luz. Samael.
¡Ah, el Día de la Caída, qué dolor! Pero todo había empezado por Ella.
Extendió los brazos hacia Ella, que dormía desde hacía siglos, y rozó sus senos, sus suaves párpados, la curve dulce de los labios, sus cabellos albinos. Ella dormía, y él la había velado desde entonces.
Lilith, Lilith. Mi amada, mi esposa, mi pecado. Por ti planté cara al Altísimo. Por ti estamos en las tinieblas. Pero no habría ido a ningún otro lado.
¡Ah, cómo la recordaba, cuando Yahveh la había presentado al mundo! La primera mujer mortal. Les había parecido frágil, tan blanca, tan delgada, con aquellos cabellos dorados. Al abrir los ojos, le había mirado, a Él, que siempre estaba junto al Altísimo. ¡Y qué hermosa! ¿Algo así debía morir?
Y entonces lo que había dicho Miguel el Arcángel: Está destinada a Adán. Va a ser su esposa, para que generen la progenie de los mortales.
¡A Adán! ¡Al torpe, al bruto de Adán! Sólo imaginársela a merced de aquel simio le enloquecía. Tan delicada, tan dulce. Lilith. Se enamoró de aquella criatura preciosa que no estaba destinada a Él. Pecó, sí, pecó. Contradecir al Altísimo era pecar.
Sí, decían que la Caída la habían originado por traición. Por no respetar al Hijo mortal que Yahveh quería destinar a la redención. Qué sabían ellos. La Caída había sido por Lilith, única y exclusivamente por Lilith.
Adán la bestia no había sabido tratar como se merecía el hermoso don recibido. La humilló, la poseyó como los animales poseen a sus hembras. En teoría, eso era lo correcto. Debía haber progenie. Pero Ella, que había visto a Samael y conocía los pensamientos de los ángeles, y que había sido creada mucho más inteligente que Adán, huyó de su lado. No le soportaba. El Altísimo se enfureció y amenazó con eliminar a sus hijos si no volvía con la bestia. Y Ella dijo no.
Ah, cómo la recordaba... la había visto, a las orillas del Mar Rojo, arrodillada en la arena, gritando, los brazos extendidos, la cabeza echada hacia atrás, la espuma rozando su vientre fecundado por enésima vez. Gritando desgarrada.
Eh, Yahveh, mátalos. Acaba con ellos uno por uno, si lo deseas. Acaba con éste que aún llevo en mi vientre. Pero no volveré con él.
La cabellera dorada al viento. Los ojos oscuros arrasados de lágrimas. Y en aquel momento, Samael hizo lo que estaba prohibido. Bajó junto a ella y se le hizo presente. Ella le devolvió la mirada, y dejó de gritar.
Si vienes a mí, yo te haré más feliz que los ángeles del Edén, le había dicho. La belleza del ángel era tan deslumbradora que ella se cubrió los ojos.
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Tomb Raider: El Cetro de Lilith
Fiksi PenggemarDespués de dos años, Lara Croft ha perdido la esperanza de volver a ver a Kurtis Trent, el cual parece haber sido tragado por la tierra. Pero la desaparición del Orbe y sus Fragmentos, así como la aparición en escena de una bella y misteriosa mujer...