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Ella

Al día siguiente perdí el autobús.


Creo que esa noche había estado soñando contigo, (sí, puede sonar algo psicópata teniendo en cuenta que sólo te había visto una vez), por lo que me levanté más tarde y no llegué a coger el autobús 213.


Parecía que el destino no estaba de mi parte.


La mañana siguiente esperé impaciente a que llegase tu parada, y cuando lo hizo, no podía parar de levantar la cabeza entre los asientos de forma disimulada para divisar aunque solo fuera tu abrigo de ante negro.


Y entraste. Daba la sensación de que el mundo se callaba cuando caminabas por el pasillo central, como si la gente notara el aura de perfección que transmitías.


Fue entonces cuando tus ojos verdes conectaron por solo escasos segundos con los míos grises.


Aunque ese día tampoco hubo suerte, pues la señora que había entrado antes se sentó a mi lado, y tú, como hacía dos días, a tan solo dos asientos.

La señora era maja, de verdad que lo era, no paraba de hablar sobre el mal tiempo que avecinaban las noticias, que si deberían poner calefacción en los autobuses públicos, que si los asientos eran incómodos... Pero yo no podía hacerla caso. 


No podía dejar de observarte, aunque sólo fuese tu despeinado pelo y tu nuca, ligeramente tapada por el cuello de tu abrigo. Me tenías hipnotizada.


Sentía el deseo de alargar la mano por encima de los dos asientos que nos separaban y dejar que tu pelo jugase entre mis dedos. Desde lejos tenía ese aspecto de ser suave, sedoso, tan fino que con tan solo coger un mechón, se resbalaría por mi mano.


No ayudaba mucho que cada dos por tres te pasases la mano por él, intentando amoldarlo, aunque el efecto era completamente el contrario, cosa que me encantaba.


Y tras pasar mi manos una y otra vez por tu pelo, luego irían al cuello de tu abrigo de ante negro, tocando el suave tejido, y recolocando el pico doblado que se había formado sin tú darte cuenta.


Suspiré sabiendo que eran imaginaciones inalcanzables, sueños de una adolescente enamoradiza, que nunca se cumplirían y que debía de ir asumiendo.


Entonces recordé una estrofa del poema de literatura que habíamos dado esa misma semana:

El amor es como esperar al autobús,

Siempre llega,

Y si pierdes uno,

Llega otro.

Recuerdo que pensé que estaba hecho para mí, como si el autor se estuviera riendo de mi situación.


La señora seguía hablando.

N° 213Donde viven las historias. Descúbrelo ahora