Él
Había pasado una semana, y el día que mi madre me dio la noticia era domingo.
No era mala, pero tampoco era buena.
Mi vecina, cuya madre era muy amiga de la mía, cogería a partir de entonces el autobús 213 conmigo todas las mañanas.
"Te hará compañía" me dijo mi madre, "Así no te aburrirás por las mañanas".
¿Y qué sabía ella de mis mañanas? No me aburría sentado solo en la parte de atrás del autobús, observando a la gente entrar y salir, pendiente de la misteriosa chica que se sentaba a dos asientos de distancia.
Mis mañanas no eran aburridas.
Lo pasarían a ser a partir de aquel lunes, teniendo que aguantar a mi pegajosa vecina. Mi madre siempre se burlaba de mí diciendo que aquella chica estaba coladita por mí. Y yo no lo negaba.
Pues justo al día siguiente me la encontré nada más salir por la puerta. Agitó la mano de forma exagerada con una sonrisa que la ocupaba todo el rostro.
Fuimos juntos hasta la parada del autobús, ella todo el rato agarrada a mi brazo como la lapa que era y subiendo y bajando continuamente la mano por mi brazo.
No paraba de repetir lo mucho que le gustaba aquel abrigo, lo bien que me quedaba el ante negro con mi rostro tan pálido.
Mi corazón dio un vuelco cuando subí al autobús y miré hacia la misteriosa chica. Su cara dejaba claro que su humor no era el mejor. Seguí su mirada y vi el brazo de mi vecina enroscado con el mío.
Rápidamente agité el brazo y la mano de la chica cayó a su costado.
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N° 213
Short StoryTodo comenzó una fría mañana de invierno en el autobús número 213. Dos adolescentes, dos confesiones, dos amores.