Capitulo tres: "No, no era así"

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Narra Andrea:

Mi tía salió de la habitación y me levanté rápidamente; pero caí a la cama, ¡claro! No debo levantarme de esa forma, suelo marearme cuando lo hago, lo olvide.

Me miré al espejo que colgaba al lado de la ventana que daba hacia la casa de al lado, arreglé mi cabello.

Todo en orden.

Comencé a bajar muy lentamente por las escaleras, no tenía deseos de conocerlos.

Oí una conversación en la sala mientras bajaba:

–No te preocupes por ella, no le molestará en absoluto –dijo firmemente mi tía.

– ¿Estás segura? No quisiéramos que los chicos sean una molestia, Julia –era una voz de hombre, no sabía de quién se trataba.

La conversación llegaba a mis oídos desde la cocina, sin embargo, mi tía y el dueño de aquel desconocido, para mí, tono de voz estaban en un punto donde no podía divisarlos desde la escalera.

– ¡Oh vamos! Roberto, ellos no serán una molestia, te lo aseguro, y respecto a Andrea, bueno, estoy segura que no pasará nada, ella se adapta rápido –Insistió mi tía.

¿De qué hablan?

No comprendía por qué, pero mi tía me había mencionado.

Estaban tan concentrados en su plática, supongo yo, que no se habían percatado de que yo estaba bajando las escaleras... hasta que tropecé, soy bastante torpe, lo admito.

– ¡Auch! –Me quejé.

– ¡Andrea! –Gritaron al unísono mi tía y el hombre con quien ella hablaba.

–No se preocupen, estoy perfecta, solo tropecé. –Me levanté, sentía que mi cara ardía, y no por el golpe que me había dado, no, si no que estaba sonrojada, muy típico de mi.

– ¡Oh Andrea! –Mi tía comenzó a reír cubriendo su boca con una mano.

El hombre que se encontraba al lado de mi tía me miró algo asombrado.

–Pero ¡mírate! Cuanto has crecido. –Abrió aun más los ojos–. ¡Está enorme! –Ahora dirigiéndose a mi tía–. Si Julia no me hubiera dicho que eras tú no te habría reconocido. –El desconocido parecía muy feliz de verme.

Lo miré confusa, no lo conocía, o al menos no lo recordaba, así que solo le dediqué una sonrisa, la mejor que pude.

Mi tía se dio cuenta de mi confusión.

–Andrea seguramente no te reconoce, no se acuerda de ti, después de todo, ella era muy pequeña cuando... –Julia cortó la frase, hizo una pausa–. Él es Roberto, mi hermano –Mi tía me aclaró todo.

¿Cuándo qué?

Pero pronto ese pensamiento perdió importancia.

Examiné con cuidado a Roberto, era moreno, alto, ojos café oscuro: que si no los mirabas con atención parecían negros, mezclándose con sus pupilas, haciendo difícil el trabajo de saber dónde, exactamente, terminaba el color de sus ojos y donde comenzaba su pupila. Su sonrisa: la más blanca que había visto nunca. Su pelo castaño rojizo estaba lo bastante largo como para distinguir que él tenía rulos. Por los rasgos de su cara, me jugaba todo mi cabello a que él había sido muy apuesto en su juventud.

Lo saludé lo más simpática y sonriente que pude, se veía muy amable como para transmitirle mi mal humor.

Él solo me decía cuanto había crecido y bla, bla, bla.

Fuimos al comedor y allí se encontraban mis tres "primos" y la que supuse que era su madre -por las arrugas debajo de sus ojos, ya que eran todos casi de la misma estatura-.

Una chica de larga cabellera rubia con unas marcadas ondas que le llegaban hasta la cintura y ojos color miel me dirigió una enorme sonrisa con su perfecta dentadura; era blanca como la nieve, mejillas rosadas, esbelto cuerpo, de mi estatura. Al mirarla daba la impresión de que había salido de las revistas de moda -«cualquiera le tendría envidia a tanta belleza», parecía sobrenatural-; dijo que se llamaba Denise y estiró la mano para que la tomara.

El chico de cabello castaño claro (casi rubio), ojos verdes, más o menos de la estatura de Julia, quizá uno o dos centímetros más alto, se levantó y me dio un apretón de manos, la piel cuidadosamente bronceada de su mano opacaba la de la mía, su belleza me opacaba, me sentía avergonzada, me veía como un bicho raro a su lado. Dijo que se llamaba Scott, «ese nombre se lo pondría a mi perro, si tuviera uno» y me sonrió mostrando apenas sus dientes que parecían las sonrisas de los modelos de las propagandas de Colgate.

El de cabello rubio y sedoso tenía los ojos azul oscuro, su piel era del tono de la mía, pero muchísimo más hermosa, se veía suave, cremosa, como la de un bebe. Las perfectas fracciones de su cara dejaban atrás a Scott, aún con ropa se notaba que tenía un cuerpo tan estructural como los personal-trines pero en menores dimensiones. Él solo sonrió, « ¡bastante fingida tu sonrisa eh!» pensé, pero inmediatamente noté que hacía un esfuerzo para esconder una mueca de disgusto, yo conocía bien esas sonrisas, « ¡un momento! ¿Esa mueca de disgusto es por mi?». Dijo que se llamaba Agustín.

La señora de ojos verdes musgo con una frondosa cabellera trigueña, se paró, me apretujó con su abraso y dijo, como su marido, que estaba enorme y cosas así, luego siguió abrasándome, o mejor dicho: triturándome los huesos con amor.

–Déjala respirar Viviana –Bromeó con ella Roberto, pero yo se lo diría francamente, me estaba ahogando con sus cariñosos abrazos.

Ella me soltó avergonzada y miró a mi tía para apartar la vista de mí.

–Julia, te hemos traído algunas cosas para que tengas en la heladera y en la alacena. Scott, ve a traerlas –Le mandó al castaño.

Reprimí, con mucho esfuerzo, una carcajada "Scott, ve a traerlas", sonaba como si le diera ordenes a un perro domesticado.

–No se hubieran molestado, estaba pensando en ir al supermercado por comida luego –Dijo mi tía intentando no aceptar lo que querían darle.

Scott entró con una gran caja en los brazos, se veía muy pesada, pero a él no parecía afectarle en absoluto.

–Tómalo como un gesto de agradecimiento –Dijo Roberto con una sonrisa en su rostro.

"Cómo un gesto de agradecimiento", mmh... Pero ¿qué querían agradecerle?

–Bueno muchas gracias, de verdad –Respondió mi tía sinceramente.

–No hay de qué –Viviana sonrió ampliamente.

¿Todos tiene sonrisas tan perfectas?

Roberto se puso de pie.

–Lamentablemente ya tenemos que marcharnos, desearíamos quedarnos más tiempo, pero se hará tarde para tomar el avión.

–Va a ser un largo viaje hacia Francia –Dijo con disgusto Viviana.

Un momento... ¿ya se iban?

Pero se supone que nos ayudarían a limpiar, ya me había cansado de limpiar solo mi tía y yo, « ¡no pueden irse!» les grité suplicante en mi mente, «al menos no hasta terminar con todo» razoné.

Mi tía notó mi cara de desconcierto.

– ¿Avión? –Pregunté.

Pero entonces analicé la situación: Roberto y Viviana viajan, pero los chicos habían bajado sus maletas, ¡eso significaba solo una cosa!..


AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora