Capitulo diecisiete: "Peligro"

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Andrea:

Me dirigí al baño rogando que el piso de madera no hiciera ruido.

Me lavé la cara con agua bien helada con la esperanza de que eso me despertara completamente, porque aún tenía sueño. Peiné mi cabello y cepillé mis dientes.

Volví a la pieza a buscar ropa abrigada, y ante la imposibilidad de privacidad por no tener cortinas, tuve que cambiarme en el baño.

En verdad necesitaba preguntarle a mi tía por mis inexistentes cortinas.

Busqué la caja morada entre el montón de cosas que aún resguardaba en una caja por no tener el lugar indicado para cada una de ellas, la tomé y se me soltó de las manos cayendo al suelo -había olvidado que era algo pesada-, haciendo bastante ruido.

¡Andrea-torpe al ataque!

Esperé unos segundos y para mi sorpresa, al parecer, nadie había despertado.

Miré el despertador, habían pasado ya quince minutos desde que desperté, así que me apresuré en levantar la cajita de madera, me apené mucho al ver que se había roto o desarmado, y me extrañó bastante que bajo la caja hubiera una hoja de papel blanco doblada en cuatro, no recordaba haber guardado un papel igual a ese dentro.

No tenía tiempo para curiosear y ver de qué se trataba, esta vez, luche contra mi curiosidad, todo sea por mi tía, dejé la cajita con el papel sobre la mesita de luz, tomé mi bufanda y mis guantes del ropero.

Bajé las escaleras sigilosamente.

Salí de la casa y un viento frio golpeó suavemente mi cara.

Me hundí en mi bufanda, cerré la puerta y me encaminé rumbo a la regalería.

A paso lento y con bastante frío comencé a caminar precavida por la vereda, ya que estaba bastante oscuro y mis ojos tardaban en acostumbrarse al camino.

Increíble, el clima era realmente cambiante, hasta anoche hacía calor, pero hoy me despierto y hace tanto frío como en mi anterior pueblo, o quizás más. Eso me gusta.

Se terminó la primera vereda, me paré en la esquina de ella para poder mirar hacia ambos lados, bueno, esto era tonto, ya que no se veía nadie a un kilometro a la redonda, pero con mi torpeza y mi falta de reflejos, es mejor prevenir que lamentar. «Todo en orden...» o eso creí.

De la nada comencé a tener la extraña sensación de estar siendo observada.

Ignoré esa enfermiza sensación.

Justo antes de poner un pie en la segunda vereda, alcancé a divisar en la esquina de enfrente una figura que aparentaba tener los rasgos de un chico de veinte.

Entrecerré mis ojos -mientras disminuía aun mas mi paso- para poder distinguir mejor la figura, y efectivamente, era un chico, lo noté claramente cuando se paró debajo de un poste de luz.

No pude evitar parar mi marcha, su oscura mirada me petrificó, el tipo comenzó a caminar lento y directamente hacia mí, sin sacarme la mirada de encima, « ¡¿Qué haces?! No te quedes ahí parada, ¡Camina!» me alentó con desesperación la voz de la razón, sin pensarlo dos veces me apresuré por alargar la distancia entre el misterioso chico y yo, pero a pesar de que caminaba lo más rápido que mis heladas piernas me permitían, el tipo se acercaba más a mí.

Con mucho temor y sin mirar hacia atrás, obligué a mis piernas a reaccionar más rápido y estas respondieron; casi trotando me acercaba por suerte, más a la tienda de regalos.

Comenzaba arrepentirme por no haber dejado una nota que saldría a comprar.

Di una mirada rápida hacia mis espaldas, el extraño seguía detrás de mí, a menos de cinco metros y medio de distancia. Al volver la vista hacia delante, me percaté que solo me faltaban dos metros para llegar a la tienda, así que corrí la corta distancia.

Al tomar el picaporte me desesperé: la estúpida tienda estaba cerrada, volví a sacudirla -esta vez con más fuerza- con la esperanza de que no lo hubiera hecho bien antes, pero para mi desgracia, el local si se encontraba cerrado.

Mi corazón golpeaba fuertemente mi pecho, mi cuerpo comenzó a temblar, estaban advirtiendo el peligro.

¡¿Qué quiere con migo?!

El misterioso chico ya estaba a menos de dos metros y medio de distancia.

Tenía que volver a mi casa, pero no podía devolverme por el mismo camino, porque ahí se encontraba él.

Justo en frente de la tienda había una calle que cruzaba por un descampado, podría tomarla y dar la vuelta para volver, de alguna manera tenía que lograr llegar a un lugar más transitado, o al menos, encontrar la calle que me llevara de vuelta a mi hogar.

Es un muy, muy, muy mal día para olvidar mi celular.

Corrí desesperadamente hacia ella; pero me detuve casi al final de la calle, porque en la esquina se encontraba otro tipo que me observaba con una sonrisa sombría -mientras se movía hasta mi lugar-.

¿Están juntos?

¿Me estuvieron esperando todo el tiempo?

¿Van a matarme?

Miré hacia atrás, el otro extraño había acortado la distancia -que yo había logrado alargar cuando corrí- entre los dos, ese tipo era rápido, inusualmente rápido.

Con angustia di una fugaz mirada a mí alrededor, la única salida que tenía era una angosta calle, la cual me decidí a tomar como vía de escape.

Corrí rápidamente hacia ella, creí que sería mi salvación. Pero luego de más de tres metros me topé con una pared, « ¡¿un callejón sin salida?!» pensé en voz alta.

Di media vuelta, ambos extraños se venían acercando a mí.

¡Oh rayos! ¡Si están juntos! ¡Si me estaban siguiendo! ¡¡Van a matarme, maldita sea!!

La mirada de uno era oscura, fría, profunda, su rostro me parecía muy familiar, como si lo hubiera visto en algún lado antes, esa mirada hacía que mi mente y mi cuerpo gritaran desesperadamente y con mucho temor "déjà vu", nunca en toda mi vida había experimentado esa sensación que aquel tipo causaba en mí. Parecía conocer su cabello rubio, su piel extremadamente blanca y sus oscuros ojos azules, la línea de su mandíbula, la perversa media-sonrisa.

El otro muchacho tenía una mirada espeluznante, como la de un cazador que está a punto de atrapar a su pobre e indefensa presa. En ese momento vino a mi mente la imagen de un león atacando a una gacela, eso me causo tanta repugnancia que mi estómago se revolvió. Su pelo era oscuro, al igual que su piel y sus ojos, todo él parecía estar genéticamente diseñado pare ser una máquina de matar, como un experimento creado por un científico loco como en las películas.


AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora