Capítulo 17.- Maldiciones imperdonables y finales felices.

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- ¿Crees que eres lo suficientemente importante para acercarte un Malfoy, maldita impura? ¡Crucio! -gritó de nuevo la mayor, aquella vez alzando más la voz, con una fuerza inusitada- ¿realmente crees que podrías poner una gota siquiera de tu asquerosa sangre sobre la nuestra, o enlazar tus apellidos muggles con los nuestros, que tienen siglos de antigüedad? ¡NO! ¡¡CRUCIO!!

Aquella vez la joven sintió cómo poco a poco se hacía más pequeña, cómo disminuía poco a poco hasta convertirse en un simple cuerpo tembloroso recubierto de sudor y el rastro salado de las lágrimas. La oscuridad de la cueva y el frío que hacía que el ambiente le pesara provocaba que el dolor de las maldiciones que había recibido por parte de la mujer nublaran su mente, por mucho que trataba de seguir consciente y cuerda, pues pensaba que en una situación similar habían perdido precisamente aquello, la cordura, los padres de Neville Longbottom.

- M-mis ap-pellidos muggles v-valen más q-que l-los de los B-Black y los M-Malfoy juntos- alcanzó a pronunciar, lo que enfureció más a la rubia. A Hermione en aquél momento le dio igual que lo que acababa de decir fuera el causante de su muerte, pues sabía que aquél final sería menos doloroso que seguir siendo atacada por las maldiciones que la torturaban.

- ¿¡CÓMO TE ATREVES?! ¡¡AVADA KEDAVR-

- ¡MADRE, NO! ¡IMPERIO! ¡EXPELLIARMUS!

Todo aquello ocurrió, de nuevo, demasiado rápido como para que la semiinconsciente Hermione pudiera seguirlo correctamente: segundos antes de que la maldición asesina llegase a ser realmente lanzada, Draco había lanzado otra de las maldiciones imperdonables hacia su madre, solo para sacarla de la cueva sin tener que herirla, le arrebató la varita y, con lágrimas brotando de sus ojos, se abalanzó sobre la joven Granger, que no dejaba de tiritar, sollozar y llorar en el rincón del que no se había movido.

- D-dime que estás bien, por favor...- susurró Draco en el oído de la morena, quien se estremeció con el contacto del cálido y preocupado aliento del muchacho contra el lóbulo de su oreja. Aquello hizo que su consciencia fuera recuperándose poco a poco y, casi sin darse cuenta, en un desesperado intento por recuperar calor y cariño, abrazó el cuello del rubio con sus brazos, apretándolo fuertemente contra ella.

Él no perdió el tiempo y la cogió el brazos, posicionando con cuidado una mano bajo su cuello y la otra bajo sus rodillas, y salió de la cueva. Su madre aún se encontraba bajo el efecto del hechizo y Draco quiso evitar una confrontación de tal calibre con ella teniendo a la Gryffindor en ese estado, así que se limitó a obligarla a que se desapareciese a la mansión Malfoy mientras con cuidado llevaba a la muchacha de vuelta al castillo.

- L-lo siento...- murmuró ella, enterrando la cara en el pecho del Slytherin, que aún sentía las lágrimas de ella mojando su túnica y tocando su pálida piel.

- Shhh, no digas nada, no hagas esfuerzos.

- P-pero yo... Draco, yo te q-

- No lo digas. No digas nada. Ya tendremos tiempo de hablar cuando estés del todo bien- dijo en voz baja, lo suficiente como para que ella lo escuchara y asintiera lentamente, notando cómo el corazón del chico empezaba a latir violentamente poniéndose a la misma velocidad que el suyo propio.

Una sonrisa escapó de sus labios al sentirlo y, sin poder evitarlo, el sueño se fue apoderando de ella, sintiéndose segura en los brazos de aquél que por muy poco le había salvado la vida.

Despertó en la enfermería y, para su sorpresa, al menos 10 personas se encontraban esparcidas por allí, durmiendo en sillas, sillones y demás asientos que habrían hecho aparecer allí por arte de magia. Se llevó una mano a la adolorida cabeza, mientras cavilaba cómo la señora Pomfrey les habría dejado entrar a todos y pasar la noche allí.

Bajó la vista al sentir algo haciendo presión sobre su estómago, y se le puso un nudo en la garganta cuando vio el pelo rubio de Draco despeinado sobre su abdomen, en aquel momento descubierto, pues la camiseta de hospital que llevaba, fuera quien fuese el que se la había puesto, no era de su talla.

Miró a ambos lados y cogió su varita, tratando de no hacer ruido, y susurró "Muffliato", asegurándose de que el Malfoy y ella eran los únicos atrapados por el hechizo.

Lo miró durante un rato, y la sonrisa con la que se durmió la noche anterior volvió a decorar sus rosados labios. Tener a Draco ahí, tan expuesto, y recordarlo tan frágil y dispuesto a dar lo que fuera, hasta a enfrentarse a su familia por ella, hizo que una nueva visión del muchacho empezara a formarse en su cabeza.

En aquél momento él giró la cabeza, haciendo cosquillas a la morena con su pelo, y su cara quedó a poca distancia de la de ella, pero la suficiente como para que aún tuviera una buena visión de todo su rostro, y para que se diera cuenta del rastro salado que las lágrimas habían dejado sobre sus pálidas mejillas.

Sin querer aguantarlo más, cogió delicadamente su cara con las manos y, mientras un confuso Slytherin abría los ojos con lentitud, ella lo besó. Él abrió los ojos impresionado, sin realmente apartarla, dándose cuenta poco a poco de que ella, voluntariamente, le rozaba juguetona los labios con la punta de la lengua. Él la siguió, notando una calidez llenar su cuerpo, la misma que ella misma sentía. Ambos sonrieron contra los labios del otro, la felicidad llenando el ambiente, casi perdiéndose tanto que olvidaban por momentos que todos los hermanos Weasley y Harry Potter, Luna Lovegood, la joven Greengrass y la señora Pomfrey se hallaban cómodamente dormidos cada uno en lo que mejor se le había dado crear.

- No te quiero, Hermione Jean Granger- susurró él casi lamentando tener que interrumpir el beso- Y nunca lo he tenido claro. Cuando la loca de mi madre me hizo darme cuenta de que podía perderte lo entendí, entendí que no te quiero. Entendí que te amo. Que lo hago con todas las fuerzas que puedo acumular, que te amo más que a nada en el mundo y más de lo que nunca lo he podido hacer.

- Estoy de acuerdo. Tu madre está loca- rió ella y volvió a besarlo, atrayéndolo más hacia su propio cuerpo.

- ¿Para cuándo la boda?- dijo Harry a su lado y los dos se giraron, con sonrisas que bien podrían llegarles desde una punta a la otra de la cara.

- ¿Y para cuándo la vuestra?- preguntó Hermione, advirtiendo el delicado anillo de oro que llevaba la joven Weasley rodeando el dedo de su mano izquierda, la misma que Ron tenía bien cogida, como si no quisiera que en sueños se escapase.

- Más os vale venir.

Los tres rieron, despertando a los demás.

Y fue cuando Hermione Jean Granger se dio cuenta de que ese, junto al momento del baño, en el que Ron y Harry arriesgaron su vida para salvarla de un monstruoso troll, era el momento más feliz de su vida.

¿Buenas notas? ¿Ser elegida prefecta? ¿Salir con el mejor jugador del equipo búlgaro de quidditch?

¡Bah!

¿Puede compararse todo aquello con encontrar el amor verdadero?


Blonde disaster (dramione - editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora