Pequeños momentos, grandes recuerdos

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Al día siguiente nos despertamos muy temprano, cuando aún no había amanecido. Airisu decía que era mejor si era de noche. Ninguno de nosotros sabíamos a dónde nos llevaba, pero se la veía muy entusiasmada.

Tras unos minutos caminando llegamos a una gran cúpula metalizada.

-¿Qué es esto?-preguntó Paolo, confundido.

-Es mi lugar favorito del mundo mundial, ¡el Instituto Astronómico!-exclamó alegremente-. Vamos, no os quedéis ahí parados. ¡Seguidme!

De cerca era mucho mas grande de lo que esperaba. Al entrar vi un gran cuadro de una mujer de apariencia joven "fusionada" con la misma noche. Pude reconocer en ella un largo cabello lacio y oscuro, y una piel extremadamente pálida. Pero lo que más me impresionó de ella fueron sus ojos, de un color tan bello como indescriptible.

-¿Quién es ella?-pregunté señalando el cuadro.

De repente cambió por completo el rostro de Airisu: había pasado de tener una gran sonrisa a una mueca de tristeza.

-Es mi madre, bueno... lo era. Una grave enfermedad se la llevó cuando yo tenía ocho años-en sus palabras se reflejaba mucha añoranza.

Airisu no dijo nada más y proseguimos el camino.

Al final del recorrido llegamos a una gran sala en la que no había absolutamente nada.

-¿Por qué está vacía?-preguntó Smiley.

-No está vacía, mirad hacia arriba-dijo Airisu.

La cúpula se abrió y dejó el cielo al descubierto. Se podría decir que se veían una a una todas las estrellas del mundo.

-Y eso no es todo-dijo la guardiana. Corrió hacia el fondo de la estancia y cogió algo de no sé donde. Volvió con nosotros y nos enseñó lo que traía-. Esta es la Gema del Poder de Asia, la Gema del Universo.

Era la cosa más bonita que había visto jamás. El color era como... ¿cómo los ojos de aquella joven del cuadro, la madre de Airisu?

La guardiana chasqueó los dedos y aparecieron unas escaleras de caracol.

-Si subimos por ahí podremos ver el espacio mejor-dijo Airisu y comenzó a subir por su cuenta.

Nosotros la seguimos, pero vi a Felicidad algo inestable. Es más, después que volvió a su estado original a penas articuló palabra.
-¿Estás bien?-le pregunté preocupada.

Ella asintió levemente. De todas formas la ayudé a subir porque la vi mareada y con mala cara.

Al final de las escaleras descubrimos un gran telescopio. Nos fuimos turnando para ver el espacio. Se veía tan detallado, tan espléndido... Que hasta parecía que podíamos ir a la Luna caminando.

Después de estar un par de horas allí salimos del edificio. Airisu parecía estar muy contenta al enseñarnos ese maravilloso lugar.

Al abandonar el Instituto Astronómico, de repente Paolo cogió a Smiley de la mano y se la llevó rápidamente sin que nadie pudiera reaccionar.

-Bueno, bueno... Ya que estos dos se han ido sin avisar, ¿por qué no vamos nosotras a algún sitio?-sugirió Airisu-. Conozco un restaurante al aire libre que cocina de lujo.

-Sí, me encantaría ir. Tengo mucha hambre-reí.

Llegamos a ese pintoresco restaurante y nos sentamos en una mesa en un pequeño jardín.

-¿Qué vas a pedir?-le pregunté a Felicidad.

-No lo sé... Me apetece algo dulce, helado de chocolate o algo así...-dijo con un hilo de voz.

Se hizo un silencio algo incómodo.

-Airisu, espero no ofenderte pero, ¿no eres demasiado joven para ser guardiana?-le pregunté por hablar de algo.

-Sí, bueno... En realidad mi madre debía elegir una zona de la Tierra para ser guardiana pero murió antes de que pudiese escoger. Entonces decidieron que a mi corta edad la reemplazaría. Elegí este lugar porque es el que está más cerca del cielo, y así puedo sentir que estoy más cerca de ella-no pudo seguir hablando, pues empezaron a salir lágrimas de sus ojos.

-Oh, Airisu, no quería...

-No, no, tranquila, si no debería estar llorando. Perder a una persona, más a una que amas, es realmente difícil. Muchas veces duele y lloras en silencio, pero es mejor recordarla con amor que con dolor. Tenemos que recordar esos momentos felices, porque la felicidad siempre estará, aunque sea por momentos. No todo es dolor y desdicha, no todo es un barranco donde deseas salir. Creo que nunca debemos olvidar que sin los problemas todo sería aburrido. Los problemas duelen, pero sin ellos la vida no tendría sentido. Por eso hay que vivir cada momento como si fuera el último, disfrutar de cada segundo. Disfrutar de esas cosas que infravaloramos. Al final te das cuenta de que lo más pequeño es siempre lo más importante. Las conversaciones a las tres de la mañana, las sonrisas espontáneas, las fotos desastrosas que te hacen reir a carcajadas, los poemas de diez palabras que te sacan una lágrima, los libros que nadie más conoce y que se convierten en tus favoritos, una flor que te pones en el cabello, un chocolate caliente que te tomas un frío día de invierno... Eso es lo que verdaderamente vale la pena; las cosas diminutas que causan emociones gigantescas.

-Bonita reflexión-le dije con admiración.

Después de comer fuimos de nuevo a dar un paseo por la zona.

La mágica aventura de AriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora