El verano no era muy fácil para ninguno de ellos.
Los padres de Astoria y Daphne habían decidido irse a Francia, por lo menos hasta que la guerra terminara. Estaban decididos a enviarlas a Beauxbotons si no podían volver a Londres antes de que el verano termine. A Daphne le parecía terriblemente ridículo tener que usar un uniforme celeste, con pollera. Ambas decidieron aprovechar lo que les quedaba de verano para convencer a sus padres de no enviarlas, pero los señores Greengrass se veían demasiados seguros de la decisión que habían tomado.
Astoria recordaba el día de su cumpleaños y le parecía otra vida. Tenía una foto, que no sabía quién había sacado, donde se veía a ella bailando con Draco. La miraba constantemente, pero no sentía que fueran ellos. Su sonrisa tan radiante, una prueba irrefutable de lo enamorada que estaba de Draco, y él mirándola fijo a los ojos. Tal vez si un desconocido veía la foto creería que se amaban, que eran más que amigos. Pero no era así, y ella lo sabía muy bien. Sus pensamientos sobre Draco la llevaron al presente y la idea de que él se viera obligado a participar de algo tan horrible como lo hacía lo su padre, le parecía inconcebible. Y no sólo Draco, Pansy y Theodore también participarían, estaba segura, sus padres lo querrían. La sola idea de que sus amigos se conviertan en asesinos le revolvía el estómago. Al menos, se sentía segura, porque la guerra no llegaría a Francia, estaba segura de que Potter podría matar a quién-no-debe-ser-nombrado y así sus amigos serían libres.
Theodore, Pansy y Draco se veían con frecuencia, porque todos los mortífagos debían recurrir a la mansión Malfoy, en Wiltshire, era esa la cuna de las reuniones de mortífagos lideradas por su Lord. Los tres chicos se vieron obligados a hacer un entrenamiento previo, para luego obtener la marca. Sus padres festejaron ese día, mientras que ellos sentían como poco a poco sus respectivas almas abandonaban su cuerpo.
No había esperanza, y ellos lo sabían. Tendrían que convertirse en asesinos para sobrevivir. O mataban, o morían. Y no querían morir. Lo único que les daba algo de felicidad era saber que Daphne, Tori y Blaise se habían ido lejos con sus familias. Pero luego pensaban en Luna... Luna estaba jodida.
Xenophilius era un fiel seguidor de las ideologías de Dumbledore, y apoyaba a Harry, por supuesto. Su revista El Quisquilloso, quería trasmitir la verdad a toda la comunidad mágica, y la verdad era que ser seguidor de quién-no-debe-ser-nombrado no estaba bien. Lo que Xenophilius Lovegood intentaba dejarles como mensaje a los magos y brujas que leyeran su revista, era que la guerra podía terminar muy pronto si ellos alzaban sus varitas contra el único mal que los amenazaba: Voldemort. Porque, si bien él tenía gran cantidad de seguidores, la mayoría estaba allí por miedo. Lo que necesitaban todos era un poco de valentía, algo de apoyo, para enfrentarse al Señor Tenebroso. Si todos se revelaban podían parar de una vez la guerra, y así los niños, sus niños, no perderían la vida. No sólo el gran Harry Potter vencería a Voldemort, todos ellos debían estar allí para apoyarlo, para luchar a su par. Eso era lo que el señor Lovegood sentía, y plasmaba en El Quisquilloso. Por esa misma razón, Voldemort pidió a Bellatrix Lestrange, Rodolphus Lestrange y a Fenrir Greyback que secuestraran a Luna Lovegood en un ataque al Hogwarts Express. Narcissa intentó evitarlo, comunicando a Draco lo que pasaría, quizá si él enviaba una carta al padre de Luna, o a Potter, ella no iría a Hogwarts ese año, y además, no sólo era ella, todos los alumnos corrían peligro. Pero no pudo hacerlo, sus lechuzas ya no estaban. Si Draco quería enviar una carta, debía dársela a Bellatrix.
Estaba en su cuarto cuando escuchó los gritos.
— ¡No la toques! ¡No la toques! —gritaban. No pudo reconocer la voz, pero supuso que sería algún alumno. Oyó la risa del Lord.
—Llévalos al calabozo, Bellatrix. —ordenó este.
Draco espero a que cayera la noche, luego bajo silenciosamente. Sus manos temblaban, estaba nervioso. Demasiado, quizá. El lugar estaba oscuro. Antes de bajar las escaleras, que lo conducirían al calabozo, se quedó atisbando el pasillo, esperando que nadie lo oyera. Abrió la pequeña reja con un alohomora.
— ¿Draco? —la escuchó susurrar antes de que él pudiera decir algo. Su voz no era tan risueña como la recordaba, ahora sonaba débil, apagada, pero era ella. Inmediatamente la abrazó con todas las fuerzas que fue capaz de reunir, y ella se sorprendió la muestra de afecto tan poco común de su amigo.
Luna era fuerte, pero en ese momento se sintió tan débil y frágil que cayo rendida en los brazos de Draco, todo se volvió negro en sus ojos.
— ¿Luna? —dijo con un hilo de voz. Al ver que no contestaba el miedo comenzó a recorrer sus extremidades. La dejo en suelo delicadamente y salió corriendo de allí, en busca de su madre.
—Madre, tengo que decirte algo. —dijo desesperado. Ella entendió y se refugiaron bajo las escaleras para poder hablar sin ser escuchados.
—Luna —comenzó a decir Draco— Algo le ha pasado, creo que podría haber... ¿muerto? —dijo y sollozó.
— ¿La niña Lovegood? Oh no, Draco ¿cómo lo sabes? ¿Qué ha pasado?
—Ella está en el calabozo, y-yo la sostuve y luego... cayó, es decir, no me respondió y cuando la mire sus ojos estaban cerrados. La deje allí, ayúdame. —suplicó.
— ¿Has tomado su pulso? —cuestionó Narcissa.
—No.
—Vamos para allá. —dijo y ambos se dirigieron al calabozo de la mansión. Al llegar, Luna no estaba donde Draco la dejó.
—Juro que la dejé acá. —dijo él, agachándose para inspeccionar el piso, como si hubiera allí alguna pista de a dónde podría estar la joven. Al levantar la vista logró divisar una figura en una de las esquinas del lugar, se dirigió hacia allí con su varita para poder iluminar. Efectivamente, era Luna. Narcissa estaba tras él. Luna tenía los ojos cerrados, sin embargo cuando Narcissa se acercó para tomarle el pulso ella los abrió, corriendo sus brazos por inercia. Se notaba asustada, hasta que pudo reconocer a Draco y a su madre.
—Bueno, está viva —dijo Narcissa, soltando un suspiro que no sabía había estado conteniendo— Seguramente fue un desmayo. —ambos la ayudaron a sentarse en el piso.
—Pidele a Twinky que traiga comida y agua. —le dijo a su hijo. En un segundo la elfa domestica apareció, tras un chasquido de dedos, y tal como llegó se fue para traer el pedido de su ama.
— ¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó Narcissa a Luna.
—Él me ayudo. —susurró. Se veía demasiado débil. Ni Draco ni su madre entendieron lo que Luna quiso decir.
Draco se giró, intentando ver más allá de la luz, y pudo distinguir una figura allí donde su varita no llegaba a iluminar.
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Amistades peligrosas.
Random«-Lunática, las criaturas de mi cabeza me han pedido que te invite a nuestras mesas. Si es que eres capaz de pasar una clase junto a las serpientes. -dijo, con una sonrisa de lado en su rostro. - ¿Tú también crees en ellos?» ¿Qué pasaría si Luna Lov...