Capítulo 11

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Por un segundo, nada ocurre. El tiempo parece ralentizarse hasta detenerse por completo en este preciso instante.

El mundo entero ha dejado de girar y casi puedo jurar que mi corazón ha dejado de latir. Casi puedo jurar que mi mente ha escapado de mi cuerpo y que lo único que puedo hacer ahora es sentir...

Sus labios son ásperos y tibios, su respiración es temblorosa, el calor de su cuerpo es embriagador, y sus manos grandes y callosas ahuecan mis mejillas mientras que sostiene ahí para él y sólo para él.

Entonces, me besa con urgencia.

Su lengua se abre paso sin pedir permiso y un sonido -mitad gemido, mitad grito ahogado- brota de mis labios. Un gruñido retumba en su pecho en el instante en el que mis labios se mueven con ferocidad contra los suyos y, de pronto, no hay nada en la habitación más que él y yo.

El universo ha hecho explosión y todo -absolutamente todo-, se va. Nada existe. Nada duele. El daño previo, las palabras hirientes, las acciones malintencionadas... nada importa en este momento. Todo se ha disipado en el viento.


Su beso sabe a menta y cigarrillos. Sabe a todo aquello que he anhelado desde que no está en mi vida y a todo eso que se llevó cuando se marchó.

Apenas puedo respirar, apenas puedo seguir el ritmo urgente de las caricias de sus labios contra los míos. Apenas puedo procesar lo que está pasando y quiero empujarlo, abrazarlo al mismo tiempo. Quiero enterrar mis dedos en las hebras largas de su cabello y fundirme en él como solía hacerlo; sin embargo, no lo hago. No lo hago porque una parte de mí grita que debo alejarme. Que no debo permitir que se comporte de este modo. No cuando ha mentido una y otra vez. No cuando cree que tiene el derecho de confundirme con un beso... Pero ¡Dios mío!, ¡qué clase de beso!...


Mis manos cierran en puños el material de su camisa y siento temblar mis extremidades debido a la ansiedad y al disparo de adrenalina que su sabor provoca en mi cuerpo.

Sus pulgares trazan suaves caricias en mis mejillas y dispersan la humedad que las lágrimas han dejado en ellas. Puedo sentir la vacilación de sus movimientos al tocarme y la determinación de sus labios fieros y urgentes mientras me besa.


Harry murmura algo contra mi boca en un momento dado; pero su voz tan ronca, que apenas si puedo entender mi nombre arrancado entre palabras rotas y suspiros ansiosos. Entonces, el beso vuelve. Esta vez es más violento que antes.

De pronto, me encuentro siendo empujada contra el respaldo del sillón donde me encuentro y mis pies descalzos han dejado de tocar el suelo.

Ahora mis rodillas casi tocan mi pecho y un destello de pánico se filtra a través del aturdimiento que me envuelve.

Él no insiste en acercarse pero, para cuando me doy cuenta, se ha asentado en el hueco entre mis piernas.


Todo es una masa inconexa de sensaciones, pensamientos y sentimientos encontrados. La voz en mi cabeza no para de pedirme que me detenga, pero mi cuerpo no parece reaccionar a las demandas de mi mente.

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que besé a alguien. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que me sentí así de bien...


"¡Detente!, ¡detente ya, maldita sea!" Grita la voz, pero no puedo -quiero- hacerlo.

El peso de Harry sobre mí apenas me permite respirar y una sensación viciosa y enferma se cuela en mis huesos.

MONSTRUO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora